Un cementerio de neumáticos, un negocio ruinoso, una nula sensibilidad medioambiental y actuaciones supuestamente delictivas fueron los ingredientes básicos de la catástrofe medioambiental que conmocionó el país hace poco más de 2 meses. El incendio del vertedero ilegal de neumáticos de Seseña, sembró, durante más de dos semanas el aire de productos tóxicos. La columna de humo, negra como el tizón, dio forma a una nube de partículas contaminantes que el viento repartió sobre suelos urbanos y rurales del entorno.
Investigaciones realizadas sobre el terreno han evaluado la situación, han medido los tóxicos vertidos y han puesto cifras al desastre. Ecologistas en Acción en colaboración con la Cátedra de Toxicología y Salud Ambiental de la universidad pública Rovira i Virgili, han medido unos pocos de los miles de contaminantes vertidos. Han tomado muestras no solo del aire y del suelo, sino también del agua y de los alimentos producidos en la zona. Se han inclinado por la determinación de los metales pesados y de compuestos acreditados como carcinogénicos tales como hidrocarburos aromáticos y bifenilos policlorados.
¿Qué nos han enseñado estas mediciones? Algo tan simple y tan claro que se han multiplicado por diez los niveles de las sustancias cancerígenas determinadas. Nos han mostrado también importantes diferencias derivadas de la orientación del viento. En general, las cifras son de susto. La naturaleza tiene una gran capacidad de depuración y suavizará los efectos. En realidad los tóxicos determinados se degradan en el medio ambiente y para saber la influencia real sobre la aparición de nuevos canceres será necesario realizar un seguimiento de los indicadores de nuevas neoplasias en las poblaciones expuestas. Sin embargo, los estudios han permitido visualizar la magnitud de la catástrofe y el atentado sufrido por las poblaciones cercanas. Y deberíamos tomar nota; el medio ambiente, como hacienda, es cosa de todos.





