Cuenta la leyenda, que Luis Miguel Dominguín, interpelado por la artista Ava Gadner después de haber compartido lecho con ella, le informó que procedía inmediatamente a informar del acontecimiento. Anticipándose varias décadas a la era de las redes sociales, el torero era consciente de que lo que no se cuenta o se escribe no ha existido.
Muy contentos por tanto deben de estar los insurrectos de Arran de ver como sus cuatro petardos humeantes y su pancarta han abierto informativos durante un par mallorquín de días. Han conseguido lo que querían, difundir y amplificar a toda Europa el sentimiento turistofóbico de unos cuantos. Pueden estar bien satisfechos.
Pues bien, cabría preguntarles a los arraneros cuál es su modelo económico ideal, porque, visto lo visto, parece que gustarían de vivir en soviets en los que, como nada es de nadie y todo es de todos, se acaba hundiendo la sociedad en la más absoluta miseria. Verán porqué lo digo.
Si estos defensores de la patria se hubieran ido a ciertos balnearios de la Playa de Palma o a Magaluf a desplegar una pancarta que dijera “Fuera turistas incívicos”, todos los hubiéramos aplaudido. Pero no, tuvieron que ir a uno de los mejores restaurantes de Portals a incordiar a turistas de alto poder adquisitivo. Porque en el fondo, Arran no protesta contra el turismo, ataca a unos turistas que vienen a Mallorca a gastar mucho dinero. Es decir, atenta contra personas con dinero. Una burda y trasnochada lucha de clases.
Esta es la imagen que muchos contribuyen a fomentar: si vienes a Mallorca a hacer el burro, emborracharte y a fornicar en la calle puede que ni te pase nada (si la poli va despistada,) en cambio, a la que llegues en crucero, vayas a un restaurante de lujo o te alojes en un resort las cruentas miradas se volverán hacia tí.
Si queremos un modelo turístico basado en la calidad frente a la cantidad, todos tendremos que ser conscientes de que nos interesan más los turistas de restaurantes, boutiques y teatros antes que los de cubo de sangría y borat. Unos crean puestos de trabajo cualificados y fomentan la inversión, los otros nos hacen gastar en agua a presión y devalúan las zonas. La responsabilidad es de todos: de quien se manifiesta y de quien lo difunde.





