Sudáfrica y el SIDA

El fallecimiento de Nelson Mandela ha colocado estos días a Sudáfrica en el centro de atención de todo el mundo. Los medios de comunicación y muchos líderes mundiales han ensalzado la figura del gran líder que consiguió acabar con el régimen racista del apartheid y convertir a Sudáfrica, en una transición pacífica, en un estado democrático. El país, sin duda, ha hecho enormes progresos desde la instauración de la democracia y la llegada de Mandela a la presidencia en 1994. Sin embargo, aunque en estos veinte años ha surgido una clase media negra de unos siete millones de personas, antes inexistente y han mejorado muchos indicadores sociales, Sudáfrica sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo, y en el que la mayoría de la población negra sigue viviendo por debajo del umbral de la pobreza y con un acceso precario la educación y a la sanidad. Un aspecto particularmente polémico de la realidad actual de Sudáfrica es el de ostentar el triste récord de ser el país con un mayor número de personas infectadas por el virus del sida, más de cinco millones y uno de los que tienen un mayor mayor porcentaje de adultos infectados, prácticamente uno de cada cinco. El origen del desastre se sitúa en la presidencia del sucesor de Mandela, Thabo Mbeki. Si bien Mandela no prestó al principio mucha atención al sida, lo que se puede entender teniendo en cuenta que en aquel momento tenía enormes preocupaciones, era necesario “construir” una nueva convivencia en el país y evitar una guerra entre razas y que el sida no era aún un problema relevante, no tardó en percatarse del enorme peligro que suponía para sus conciudadanos y para el desarrollo del país y empezó a promover campañas de concienciación de la población. Mbeki en cambio, llegó a la presidencia en 1999 imbuido de las ideas de los grupos negacionistas, que consideraban que el VIH no produce el sida, sino una combinación de pobreza, malnutrición y otros factores socioeconómicos y que muchos de los síntomas y de las muertes por sida eran atribuibles a la toxicidad de los propios medicamentos antirretrovirales. Mbeki no es médico, pero era secundado en sus ideas sobre el sida por su ministra de sanidad, Manto Tshabalala-Msimang, funesto personaje que sí era médico y que se ganó el apelativo de Dr. Remolacha (Dr. Beetroot), porque defendía la tesis de combatir el sida con alimentos como la remolacha, las patatas, el ajo, el limón y bebidas alcohólicas fermentadas tradicionales. Estos dos individuos diseñaron e implementaron una política de salud pública que consistió en negar la administración de medicamentos anti-sida en los hospitales y dispensarios de la sanidad pública, la única a la que tenía acceso la inmensa mayoría de la población negra sudafricana, así como también se negaron a realizar campañas públicas de prevención, uso del preservativo y educación sexual de la población. Mbeki llegó incluso a criticar en público a Mandela, porque este sostenía puntos de vista contrarios y era un firme defensor de la prevención y la educación, incluso comunicando públicamente que uno de sus hijos había fallecido por complicaciones del sida. El resultado de la política demencial de la pareja Mbeki-Tshabalala-Msimang fue, como era de esperar, un completo desastre para Sudáfrica. El número de infectados creció exponencialmente, así como los fallecidos. Estudios posteriores han calculado en más de 300.000 el número de muertes innecesarias y en más de 30.000 el número de niños nacidos infectados porque sus madres no recibieron tratamiento durante el embarazo. El periodista John Carlin llegó a calificar el hecho de genocidio sanitario. Cuando Mbeki tuvo que dimitir en 2008, su sucesor Kgalema Motlanthe, destituyó a Tshablala-Msimang como ministra de sanidad y la sustituyó por Bárbara Hogan, que inició un cambio radical en la política sobre el sida, que va dando sus frutos y, a día de hoy, el número de nuevos casos va disminuyendo en Sudáfrica. Pero el mal ya estaba hecho y Sudáfrica va a tener que apechugar durante muchos años y varias generaciones con el drama humano, social y económico que supone tener un porcentaje tan elevado de la población infectado por el VIH. El caso de Mbeki, Sudáfrica y el sida es un ejemplo paradigmático del enorme daño que pueden causar a un país unos gobernantes imbuidos de una ideología anticientífica y que deciden aplicarla en forma de políticas disparatadas, ignorando los consensos científicos internacionales, desoyendo los consejos de sus propios asesores y excusándose en confusas teorías de la conspiración, que a los ciudadanos españoles de una cierta edad nos recuerdan aquella frase de “la confabulación judeo-masónica internacional antiespañola”, tan querida por los exégetas del criminal régimen franquista.

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