Sudaremos, o nos congelaremos

Entre la vorágine de noticias y acontecimientos con que los medios de comunicación nos abruman cada día, la crisis de los migrantes, la guerra de Siria, los papeles de Panamá, la persecución de terroristas en Bélgica, el auge de la extrema derecha en Europa, la insoportable pantomima de las pseudonegociaciones para la formación de gobierno en España, las secuelas de la inacabada crisis económica, la infame pretensión del gobierno en funciones del PP de sustraerse al control parlamentario, la cascada de casos de corrupción política en investigación o ya en juicio, el comportamiento indigno y cínico del ministro de hacienda con las comunidades autónomas y tantos otros, ha pasado muy desapercibido un hecho que puede tener consecuencias muy serias a medio y largo plazo. El observatorio atmosférico del volcán Mauna Loa en Hawai, situado a 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, ha comunicado que el pasado viernes 7 de abril la concentración atmosférica detectada de CO2 superó las 400 partes por millón. Niveles de dióxido de carbono superiores a 400 partes por millón ya se habían detectado con anterioridad en otros observatorios, pero en Mauna Loa se detecta la contaminación de fondo de la atmósfera, es decir, la contaminación subyacente permanente, debido a su lejanía de las principales fuentes de emisión y a lo elevado de su ubicación. La concentración atmosférica de CO2 ha ido elevándose de una manera inexorable desde el comienzo de la era industrial, pero en los últimos años se ha acelerado. El protocolo de Kioto firmado en 1997 en la tercera Cumbre Mundial del Clima, tiene el objetivo de detener y, si fuere posible, revertir el calentamiento global del planeta, mediante el control de la emisión de gases de efecto invernadero, muy especialmente el CO2. Su vigencia se ha ido ampliando, en estos momentos hasta el 2020 y ha tenido un cierto éxito, pero no ha conseguido frenar la liberación de dióxido de carbono, que sigue incrementándose como prueban los datos de Mauna Loa.

Uno de los efectos más llamativos del calentamiento global es la disminución del casquete flotante de hielo ártico. La extensión de la banquisa polar se reduce cada año. En invierno tiene cada vez menos extensión y grosor y en verano se deshiela cada vez hasta más al norte, más cerca del polo y se aleja cada vez más de las costas circundantes. Además de consecuencias graves para la especies animales que dependen del hielo, focas y osos polares sobre todo, la disminución del hielo contribuye a su vez al calentamiento, ya que la superficie helada refleja los rayos del sol de vuelta a las capas altas de la atmósfera, mientras que el agua líquida los absorbe y se calienta.

La disminución de la banquisa ártica puede suponer la extinción de los osos polares, o bien que estos se conviertan en residentes permanentes de las zonas terrestres, con el consiguiente peligro para los residentes. De hecho, en los últimos años han aparecido ejemplares en Islandia, de donde habían desaparecido en la edad media, que han tenido que ser abatidos por el riesgo mortal que suponen para la población. Pero la disminución del hielo tiene efectos más sutiles y serios para el clima. El descongelamiento del que ya está sobre el mar no incide en el aumento de nivel del océano, pero los glaciares terrestres que se derriten, en Groenlandia por ejemplo, sí que van a contribuir a dicha elevación, con el subsiguiente anegamiento de grandes extensiones de zonas costeras. Además, el hielo es agua dulce, con lo que al licuarse disminuye la salinidad del mar, lo que induce cambios en las corrientes oceánicas. Todo ello conduce a una elevación global de la temperatura media en el planeta y a cambios permanentes de los ciclos climáticos actuales. Para algunos puede tener consecuencias beneficiosas. Puede, por ejemplo, quedar permanentemente abierto durante meses el llamado Paso del Noreste o ruta marítima del norte, que une los océanos Pacífico y Atlántico siguiendo la costa norte de Siberia. Ello permitiría el transporte de mercancías desde el Lejano Oriente hacia Europa y la costa este de Norteamérica, sin necesidad de pasar por el Mar de la China Meridional, el estrecho de Malaca, Océano Índico, Mar Rojo, canal de Suez, Mar Mediterráneo y estrecho de Gibraltar. Significaría enormes ventajas económicas para Rusia, Noruega y los grandes puertos de Holanda y Bélgica y serios perjuicios para Egipto y para los puertos italianos, franceses, españoles y marroquíes.

Para nosotros, en el mediterráneo occidental, seguramente significará mucho más calor y sequía, lo que nos convertirá en una tierra mucho más inhóspita y un lugar mucho menos agradable donde vivir y toda nuestra industria turística se podría ir al garete. Pero hay otra posibilidad, aunque muy improbable, al menos a medio plazo. Algunos modelos climáticos prospectivos indican que, en caso de inversión radical de las actuales corrientes oceánicas del Atlántico Norte, el clima en Europa Occidental, aunque el planeta a nivel global se calentaría igual, podría enfriarse hasta una auténtica pequeña edad de hielo. Así que sudaremos, lo más probable, o, alternativamente, nos congelaremos. No sé que es peor.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias