Las lenguas no curan. Un sector del personal sanitario de las islas, como ustedes sabrán, ha recurrido a este axioma para reclamar la no exigencia del catalán en la sanidad pública balear. Cabe decir que, para ser estrictamente coherentes con su postulado, deberían reclamar que tampoco el castellano fuese exigido -que lo es- a los profesionales sanitarios. Me encanta el castellano, es oficial y naturalmente debe ser exigido a pesar de que, por el momento, no cura.
En esa linea, este mismo grupo dentro de su sector sostiene que exigir al personal sanitario unos niveles mínimos de la lengua histórica de esta tierra, dando un sinfín de facilidades para ello, resulta una “imposición” -palabra maldita donde las haya- . Pero, ¿Verdaderamente cabe usar el término “imposición”en este caso? Desde mi punto de vista, que un empleado público que ha de trabajar en Mallorca sepa defenderse en mallorquín (forma en la que nos referimos a nuestra variedad de catalán) se supone, no se impone. Ese deber -no todo van a ser derechos-, es de suponer. No en vano con la llegada de la democracia nos curamos de que nuestra lengua propia volviese a ser oficial en nuestro territorio.
Ampliando la perspectiva, vemos que no todos los países plurilingües tienen una misma visión acerca de esta cuestión. Si echamos la vista a una nación como Suiza nos topamos con cuatro idiomas oficiales. Ninguno de los cuales es considerado “idioma nacional Suizo”, ya todos son concebidos desde la equidistancia mutua, a pesar de que el número de hablantes del alemán -el de mayor presencia- representa un 65% del total de la población, mientras que el singular romanche es lengua materna de sólo un 0.5% de suizos. Eso sí, allí todo el mundo es bilingüe dado que se autoimponen el deber de aprender en el colegio una segunda lengua del país, aunque ésta no se use en su cantón. Todos los funcionarios deben acreditar el conocimiento de, al menos, dos de los cuatro idiomas nacionales. Todos. Además, en el colegio se introduce el aprendizaje de una tercera lengua, normalmente el inglés. Y se curan, en este caso, de que todo sea muy democrático -a menudo vía referéndum-, haciendo coincidir así la sensibilidad de la ciudadanía con el marco legal que se dan.
En Francia, como contrapunto, la mentalidad jacobina -la misma que desde hace tres siglos ha impregnado España- parte de una concepción monolingüe del estado. El francés, lengua originaria de la ciudad de París, ha sido elevada a la condición de lengua nacional y convertida de pleno en vector de la identidad francesa. Cualquier interferencia a esa idea es considerada un ataque a la nación, que se sustenta -en ese marco mental - en el hecho lingü.stico. Recordemos que en junio de 2008 la Academia francesa se manifestó en contra de la inclusión de las lenguas regionales francesas en la Constitución de este país alegando que es algo que "atenta contra la identidad nacional". Las lenguas históricas de Francia diferentes del francés oficial han sido confinadas al uso “doméstico”, sufriendo un retroceso contundente hasta el punto de desaparecer o estar en vías de ello. La sustitución en favor de la “lengua de París” es evidente. Como muestra, recordarán como recientemente el presidente Macron se ha negado en redondo a la petición de los autonomistas de Córcega a reconocer al corso como lengua oficial, junto con el francés, en la isla. No cura, debió pensar.
Ahondando en la cuestión, aquello que marca verdaderamente la gestión de una situación de lenguas en contacto es, ante todo, el marco mental colectivo desde el que se parte, entendido como la concepción o idea que tiene el conjunto de la sociedad acerca del papel que deben jugar sus lenguas. Este hecho es previo a cualquier ordenamiento legislativo y es, a su vez, el que lo inspira.
Volviendo a España, a partir del 78, en aras de la concordia entre españoles, se hace un esfuerzo por abandonar el modelo de inspiración jacobina y se apuesta por la España real, la plural. Dicho de otra manera, nos alejamos algo de Francia para acercarnos un poco a Suiza -salvando las distancias y las diferencias, claro-. De esta forma se reconoce la oficialidad de las lenguas de España en las distintas comunidades autónomas.
Esa oficialidad -o cooficialidad, que no es más que una oficialidad compartida- tiene implicaciones que deben ser asumidas para que cobre realidad. En ese sentido, da la sensación de que parte de la población española no ha abandonado el anterior marco mental o no acepta -explícita o implícitamente- esa cooficialidad efectiva. De no ser así no se producirían esas reticencias a la exigencia del conocimiento de un idioma oficial en la administración, lo cual no resulta de recibo ya que para no comprometer el derecho fundamental de cada ciudadano a dirigirse al personal de la administración -sanitario o no- en el idioma que considere oportuno, es ineludible acreditar cierta aptitud lingúística en ambos.
De ahí que, -y volviendo a la sanidad balear- obligar de facto al paciente a dirigirse a un enfermero o médico únicamente en castellano alegando incompetencia en otro idioma es coartar su libertad, máxime cuando ese paciente quizás expresa mejor sus dolencias en ese otro idioma. Esto es -ahora sí- una imposición lingü.stica en toda regla, y lo que es más grave: dificulta la cura.
Vaya por delante mi admiración y respeto hacia todo el colectivo sanitario balear, tenemos una sanidad llena de extraordinarios profesionales, algo que he podido constatar de manera personal recientemente. Atienden bien y curan mejor. Solamente deseo aportar mi visión sobre el origen del problema, que a mi modo de ver deviene del propio concepto que tenemos de nuestra nación; del hecho de no haber interiorizado suficientemente el espíritu de nación plural.
Lo que propongo es una aceptación real de la pluralidad como valor. Una reafirmación por parte de todos en el espíritu del 78. Un enorgullecimiento y un afecto por todos los atributos propios de España: no se puede ser patriota español sin defender a ultranza la variedad lingúïstica de España, como tampoco se puede hacer sin tener estima por su variedad cultural, religiosa, racial, folclórica, etc. Es crucial interiorizar esto para soslayar el problema sobremanera; es el marco mental que debemos perseguir para evitar esas reticencias a las que nos referíamos. Lo contrario es sectarismo y nacionalismo excluyente. Y conduce, inevitablemente, a la confrontación.
Sé que todo ello requiere un esfuerzo continuo, conjunto y, en el caso de la noción de país, a largo plazo. Por eso se deben implementar todos los mecanismos necesarios para facilitar el aprendizaje lingüístico pertinente, y hacerlo de manera que no suponga una amenaza para nadie. Todo con el objetivo de conjugar de manera eficaz derechos y deberes, y de paso reafirmar nuestra convivencia y nuestro modelo de nación plural. Hemos avanzado mucho y no debemos sucumbir ante la demagogia de los esloganes fáciles. En la sanidad lo primero es curar, eso no lo pone en duda nadie. Para ello debemos contar con los mejores profesionales posibles, eso tampoco lo duda absolutamente nadie. A partir de ahí, demos todas las facilidades para que todos puedan cumplir con el deber de tener un nivel competencial lingü.stico acorde con la realidad de esta tierra para así poder garantizar el derecho de los ciudadanos a sentirse cómodos y libres en su trato con el personal público. Ningún idioma cura. Confiamos en que algunos sí la tengan.