Teorías de la conspiración

Si hacemos caso a las más famosas teorías de la conspiración, Elvis, Hitler y los asesinos de Kennedy están bailando la conga en algún hotel caribeño (secreto, eso sí), tras ser obsequiados con algún elixir de la eterna juventud en copa de daiquiri.

Evidentemente, Elvis está vivo. Hitler huyó de la debacle de su Reich a bordo de un submarino que lo trasladó a Argentina, o quizás a Brasil. Y a pesar de que muchos se definan como culpables de la muerte de Kennedy, lo cierto es que el único que fue señalado como autor, Lee Harvey Oswald, no fue más que un tonto útil o cabeza de turco. Así que los de verdad están vivitos y coleando.

Teorías de la conspiración las hay a millones. Desde las más elaboradas hasta las más burdas. Desde las más antiguas hasta las más modernas.

El hundimiento del Titanic, el triángulo de las Bermudas, los atentados del 11-S, los viajes espaciales a la Luna, la desaparición del avión malasio en el océano índico, avistamientos OVNI… Una rica y variada huerta de la que pueden surgir productos de todo tipo.

Uno de los motivos por los cuales estas teorías prosperan y se anudan firmemente a nuestro imaginario colectivo es por una inexplicable falta de información.

Los Estados, los poderes fácticos, el Club Bildelberg, la Hermandad Templaria, la directiva del Mallorca o el Priorato de Sion, que la verdad es que ya me lío, parecen estar detrás de todo cuanto suceso se produce en el planeta, y parecen tener una especial predilección por echar tierra sobre los asuntos, por escatimar la información o por, directamente, negarla.

Ante la desaparición en pleno vuelo de un avión enorme con casi 300 personas a bordo hace seis meses, los responsables de la búsqueda han entrado en el más absoluto mutismo. Nos referimos al avión malasio. Ahora, en lugar de tener un simple, aunque trágico, accidente aéreo, ya afloran las teorías que sostienen que dicho avión fue secuestrado por agentes de la CIA que se lo llevaron a un atolón en mitad del Índico donde los EEUU tienen una base militar secreta. Que muy secreta no debe ser si se sabe dónde está. Es el atolón Diego García. El motivo: unos chips sorprendentes cuyos creadores volaban en dicho avión.

Tras los atentados del 11S en Washington y en Nueva York, George W. Bush se aprestó a la guerra contra quienes nada tenían que ver en todo el asunto: los iraquíes. Había que destruir unas inexistentes armas de destrucción masiva. Tras arrasar Iraq y Afganistán, y tras varios centenares de miles de muertos, ya sabemos quiénes no cometieron el atentado. Pero desde luego no sabemos qué saben o qué no saben los servicios secretos de Estados Unidos, nada se sabe de la destrucción del cuarto avión ni de cómo el primer, el segundo y el tercer avión (si es que éste existió) pudieron hacer lo que hicieron.

Tras centenares de películas que relatan la valentía y el arrojo de los soldados americanos en la Segunda Guerra Mundial en su lucha contra el nazismo, aun está por llegar la primera que explique como la OSS acogió a los científicos alemanes que habían colaborado con el III Reich, perdonándoles sus lealtades a cambio del desarrollo, entre otras cosas, de la energía nuclear. No se preocupen. Esos acuerdos también son secretos.

Y así una y otra vez. Cualquier asunto de difícil explicación, cualquier tema complejo que pueda afectarnos a todos como ciudadanos de este frágil planeta sufre sistemáticamente un proceso de ocultación. Se cierra el grifo de la información, se echan los cerrojos de archivos y cajas de seguridad blindadas, y se abre la puerta a las teorías de la conspiración.

Lo mismo pasa con la crisis económica que ha sacudido al mundo en los últimos años.

Tras un meneo económico a escala planetaria que nos ha empobrecido a la inmensa mayoría y ha dejado a millones bajo el umbral de la pobreza, me juego con ustedes lo que no tengo a que detrás de todo esto los hay que se han forrado. Y cuando digo “forrado” lo digo en serio. No es aquello de que las acciones de unos u otros hayan subido algunos puntos. No. Me refiero a un abaratamiento masivo y mundial de los costes laborales. Me refiero a la destrucción de lo que quedaba del estado de bienestar. Me refiero a la desaparición de los derechos sociales conquistados en los últimos cien años. Me refiero igualmente a un nuevo equilibrio de poder mundial con cientos de millones de ciudadanos convertidos en mano de obra barata.

Cuando hayamos superado esta situación, si es que eso se consigue, espero que los economistas, especialistas en prever el pasado, sean capaces de explicar de forma sencilla las razones de la montaña rusa a la que se nos ha subido sin permiso.

Si no son capaces, o si se nos oculta información sobre la realidad, o se silencian los resultados excelentes para algunos, trágicos para otros, de esta crisis que se estudiará en los libros de Historia de dentro de trescientos años, si es que dentro de trescientos años hay libros y hay Historia, deberemos pensar que lo que nos ha pasado no ha sido tan casual.

Si no se nos explica claramente qué ha motivado esta debacle, y si no se pone remedio para que no suceda de nuevo, deberemos pensar que en la desgracia de la mayoría reside el inmenso beneficio de unos pocos. Que la fortuna de algunos reside en la miseria de millones. Y que a veces, para seguir ganando dinero, hay que dinamitarlo todo y volver a empezar.

Y si llegásemos a esa conclusión, que cada vez parece más certera, a los que resulten culpables de lo sucedido más les valdría subirse a un submarino, como Hitler, y desaparecer del mapa para siempre en busca del daiquiri y de la conga, no sea que algún día les encontremos.

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