La semana pasada ya se planteó que la venta de bonos de deuda por parte del Govern es un mal negocio para las arcas públicas. El martes, en el Parlament, el conseller Carles Manera ha reconocido que tener que recurrir a los ciudadanos para conseguir dinero a un interés de casi el 5 por ciento es efectivamente un mal negocio, lo que popularmente se llama pan para hoy y hambre para mañana. Los bancos ya no se fían de este Govern de las infraestructuras silenciosas, ni siquiera cuando la economía ha comenzado a remontar -levemente, es cierto- y se espera una temporada turística muy buena que evidentemente tendrá consecuencias positivas para las arcas públicas a través del IVA. Efectivamente, este Govern nunca ha despertado confianza entre el mundo financiero, y tampoco entre los empresarios. Antich ha presumido de llevarse bien con empresarios y sindicatos, pero a la hora de la verdad los acuerdos de gran calado han brillado por su ausencia. Mientras los proveedores del Govern no cobren a tiempo las facturas, las reuniones para pactar un plan de competitividad de poco sirven. Desde el Govern se ha actuado con más preocupación en mantener la silla que en garantizar una estabilidad política y económica en tiempos de crisis. Qué vayan Antich y Manera a cualquier empresa para conocer la opinión de los trabajadores sobre la gestión del Govern de progreso. A esta desconfianza empresarial y laboral hay que añadir un exceso de gasto e incremento de deuda que obligará a hacer grandes esfuerzos en el futuro.





