La llegada del portaaviones estadounidense USS Gerald R. Ford a Palma para que su tripulación se tome un descanso, ha despertado la lógica curiosidad entre residentes y visitantes. Con sus 4.500 tripulantes, esta escala en la bahía de Palma genera un impacto económico inmediato y tangible para centenares de empresas mallorquinas, justo al final de la temporada turística.
Eso supone un magnífico colofón para multitud de restaurantes, taxis, comercios, autocares de transporte discrecional, etc. que registran un aumento de actividad al cierre de la temporada turística, lo que supone una inyección de ingresos inesperados y más que bienvenidos. Hablamos de miles de tripulantes con poder adquisitivo y ganas de conocer la isla, consumir, comprar y disfrutar de su oferta.
Ante este beneficio evidente, se alzan —como siempre— algunas voces críticas. Son colectivos que se oponen a cualquier presencia militar, nacional o extranjera y que, en nombre del pacifismo, desprecian las repercusiones económicas y sociales de una escala perfectamente ordenada y segura. Sus protestas, aunque minoritarias y pacíficas, contrastan con la normalidad con la que la ciudadanía acoge la presencia de los militares norteamericanos.
Esta escala en la bahía de Palma genera un impacto económico inmediato y tangible para centenares de empresas mallorquinas, justo al final de la temporada turística
La Mallorca de hoy no es la de hace décadas, cuando los excesos y los comportamientos reprobables de algunos miembros de la tripulación, daban pie a episodios violentos y lamentables. Aquello forma parte del pasado.
Hoy, la escala de un portaaviones en Palma demuestra que las autoridades estadounidenses consideran el destino seguro y apropiado para el asueto de sus soldados y marineros. Además, pone de relieve la cooperación entre ambos países, aliados de la OTAN. Y además supone una oportunidad de negocio, de promoción y de proyección exterior. En un contexto global de incertidumbre, recibir a una tripulación que deja millones de euros en la economía local es motivo de satisfacción, no de conflicto.
La bahía de Palma acoge un gigante del mar, y la isla recoge los frutos de una visita que refuerza su imagen abierta y moderna.





