Una lacra social

Lamentablemente los sucesos acaecidos en Alaró en un partido de fútbol de categoría infantil, no es nuevo ni exclusivo del fútbol. Hace tiempo que quienes seguimos de cerca el mundo del deporte en general somos conscientes de que los peores son los padres y madres, lo cual impone una reflexión más profunda de la que en principio alumbra este tipo de incidentes.
Igual que en otras lacras sociales, como la violencia de género, el problema nace de la incultura y la falta de educación, de esos progenitores que descargan su responsabilidad de educadores en los colegios de sus hijos pero que, ¡cuidado!, a su vástago ni le pegues, ni le insultes, ni le roces siquiera y si se le va a poner un castigo, ¡ojito!, a ver si el malo de la película es el profesor y no el alumno.
He visto a energúmenos pegados a la rejilla de una pista de pádel gritando estupideces, a otros en las canchas de baloncesto, en las de tenis y en todo deporte de competición. El problema nace de la ignorancia e irresponsabilidad paterna, pero también de los clubs, de las federaciones y de los legisladores. En cada institución saben perfectamente quienes son los agitadores, cada comité y gran parte de las policías locales o la Guardia Civil tienen claramente identificados a los violentos y los políticos son plenamente conscientes de que un minuto de silencio por una víctima o unas declaraciones sentidas ante las cámaras no sirven para nada, por bien que queden de cara a la galería.
No olvidemos el mal ejemplo que se sirve diariamente desde los medios de comunicación. Esos gestos del Cristiano Ronaldo de turno, esos puñitos arriba de ciertos tenistas para celebrar un punto, las numerosas faltas de respeto y consideración para con los contrarios y los árbitros, el endiosamiento general de cuatro catetos por pegar mejor o peor a una pelota o una bola, excitan a padres e hijos por igual y actúan como un falso espejo en el que contemplarse.
La culpa es de todos y el problema no se soluciona con comisiones antiviolencia sin poder sancionador, ni con sanciones leves o comunicados. Se precisan reglamentos y leyes mucho más duras, efectivas e inmediatas pero, sobre todo, inculcando unos valores que desgraciadamente hace tiempo que duermen en el más profundo de los desvanes. Y si no nos implicamos todos en ello, estamos perdidos.
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