Los calenturientos y las calenturientas (ahora hay que decirlo así…) habréis sonreído al leer el título del artículo. Pues os aviso que la libido se va a venir abajo. Porque cuando Francina Armengol habla de unión de lenguas se refiere a acelerar el proceso de catalanización de Baleares a base de compartir lengua… catalana. Algunos empiezan compartiendo lengua y con el calentón se vienen arriba y acaban con fantasías como los “paisos catalans”. Objeto del deseo de Armengol y su tripartito.
Que culpa habremos tenido los isleños de que el catalanismo no contara con fundamentos históricos y lingüísticos con los que crear su nacioncilla. Esa obsesión de querer diferenciarse y creerse lo que nunca han sido les llevó a inventar la llamada “unidad de la lengua catalana”. De ahí al “todos somos cultura catalana”, que dice la consejera Esperança Camps. Para pasar al concepto político pancatalanista.
El català ha sido, y es, el becerro de oro (por las subvenciones públicas). Alfa y omega de la catalanización iniciada en los años 80 por los gobernantes de nuestras instituciones autonómicas.
La “unidad de la lengua”, como si de un dogma de fe se tratara, ha sido la excusa para iniciar el proceso de sustitución que sufre nuestro mallorquín, menorquín e ibicenco, por un catalán artificial y contrapuesto a la naturalidad del habla del pueblo balear y a la literatura de sus eruditos. Un tesoro lingüístico del mundo romance que intentan liquidar tergiversando y manipulando la historia y la filología. Una filología, que, si es catalana, es “ciencia”, aunque se trate de una rama de las Humanidades, abierta a discusión y a debate académico, y que ha elevado dialectos a la categoría de lenguas, y viceversa, a lo largo de los años.
Algunos, de buena fe, se han creído lo de la “unidad de la lengua”, e incluso consideran que fomentando el balear como simple dialecto o “modalidad” se evitará su proceso de sustitución. Difícil lo veo si aceptamos los pilares históricos y lingüísticos de esa “unidad” que se viene abajo con los estudios e investigaciones que, sorteando la censura catalanista, alumbran suficientes datos para considerar que el mallorquín, menorquín e ibicenco no son modalidades del catalán, y que nuestra cultura no es la de los castellers, idò.
El problema se produce cuando la política entra en el terreno de la historia, la cultura y la lengua, manipulándolo a su conveniencia.
Ya dijo el padre de Francina Armengol que ella “se siente muy catalana”. Por eso debe haber decidido que todos experimentemos su sentimiento en una especie de unión lingüística orgiástica, con ella en plan dominatrix de verde-camiseta, en una fiesta impuesta que pagamos todos.