El calor achicharrante de este verano que parece inacabable nos impele a buscar alivio en playas o piscinas, solo para encontrarnos metidos en un agua tan caliente que apenas supone ningún consuelo, o bien a refugiarnos en centros comerciales con aire acondicionado, lo que al final resulta nefasto para nuestro bolsillo.
Al anochecer, cuando las temperaturas empiezan a descender un poquito, los telenoticiarios nos colocan ante la tremenda realidad de los desastres que tienen lugar a nuestro alrededor y sobre los que solemos correr un telón de indiferencia y olvido para mantener nuestra conciencia anestesiada. La realidad de los inmigrantes desesperados, arriesgando la vida, y muriendo en muchos casos, atravesando el Mediterráneo en condiciones inhumanas con el objetivo de llegar a las costas europeas, de los asaltos a las vallas de Ceuta y Melilla, o de los intentos de introducirse en los camiones que van a cruzar el túnel del Canal de la Mancha, nos provoca un pequeño escalofrío momentáneo y luego seguimos con nuestra rutina vacacional.
La infame respuesta que los gobiernos de los países europeos están dando a esta emergencia humanitaria nos cubre de vergüenza e ignominia. Hungría está levantando un muro de más de 150 Km de largo para blindar la frontera con Serbia, reacción típica de la xenofobia e intolerancia de un gobierno cuasi fascista como el húngaro actual. La Unión Europea debería considerar seriamente suspender la pertenencia de Hungría a la unión. Pero no es solo Hungría. El indecente acuerdo final de los gobiernos a la propuesta de la Comisión de repartir la acogida de inmigrantes entre los distintos países, la implementación de planes de vigilancia policial masiva y expulsión inmediata de sin papeles en Francia y el Reino Unido y, en general, el retroceso de todos los países de la UE hacia posiciones aislacionistas, indican que se está imponiendo en toda Europa un estado de ánimo que lleva al retraimiento, a la reclusión, a la clausura, a encerrarnos en nosotros mismos.
Pero ¿podemos hacerlo?. Parece que no. Europa está envejecida y, lo que es peor, el envejecimiento será galopante de aquí a 2050. Con una natalidad por los suelos y que no va a remontar, los mayores de 60 años serán mayoría a mediados de siglo. El impacto de este hecho sobre los servicios sanitarios, sociales y las pensiones es evidente. Sin una política de admisión e integración de inmigrantes que garanticen el necesario relevo generacional, el futuro para Europa es el de un continente envejecido, empobrecido y moralmente embrutecido.