Los seres humanos vivimos en la permanente incertidumbre. No podemos tener certeza absoluta sobre casi nada que nos pueda ocurrir o que ocurra a nuestro alrededor.
Certeza, lo que se dice certeza, solo tenemos una: Nos vamos morir.
El hecho de haber nacido implica que más pronto o más tarde nos vamos a morir. En la cultura occidental, no así en otras culturas como la budista o la hinduista, llevamos muy mal esto de asumir que tenemos los días contados. Por ello tendemos a desear con todas nuestras fuerzas el alargar lo máximo posible. Nos aterra dejar de existir porque no concebimos este mundo sin nosotros.
Ante esta manera tan nuestra de pensar, uno puede tomar actitudes más o menos extremas. Hay gente que vive obsesionada con el ejercicio físico y lo concibe como la máxima expresión de la salud y de la longevidad. Y por ello se echa al cuerpo cuantos triatlones se le pongan por delatante. Otros seres humanos se obsesionan con la seguridad y van por la vida acojonados evitando situaciones de riesgo y aterrados ante cualquier circunstancia que no controlan, como volar en avión. Algunos se centran en la alimentación y siguen a rajatabla los consejos-para-una-larga vida del gurú de turno. Y acaban haciendo la dieta del pepino, o comiendo solo semillas germinadas. Otros ya, carne de psiquiatra, acaban durmiendo en una cámara presurizada donde respiran oxígeno puro. Hay que estar tarado.
Cada cuál puede joderse la vida como mejor considere. Más faltaba.
Los demás, probablemente la mayoría, pensamos que en la moderación se encuentra no solo el secreto de la longevidad, sino también el de la salud y sobre todo el secreto del disfrute de la vida. Intentamos hacer ejercicio, sin ser grandes deportistas ni batir grandes marcas. Nos cuidamos de situaciones de alto riesgo, sin evitar aventuras emocionantes. Dormimos en una cama mullida y cómoda. Buscamos el equilibro en nuestros hábitos de vida, cosa que no siempre es fácil. Intentamos cuidarnos un poco, no castigarnos demasiado, y disfrutar de la vida con sensatez.
¡Ah! Y algo muy importante: comemos de todo en su justa medida.
No me hace falta ningún estudio de la OMS para saber, por sentido común, que si me alimento desde hoy a base de gamba roja, producto que me encanta, mi salud se resentirá más pronto o más tarde. Lo mismo que si lo hago a base de pepinos, queso, coliflores o porcella. También mi salud se irá al garete si me alimento exclusivamente en cadenas de comida rápida, ya quedó demostrado en el laureado documental Super Size Me. Lo mismo si como deliciosa sobrasada mañana tarde y noche. También si le doy duro al chuletón de buey un día si y otro también.
Así pues, pienso pasarme por el arco del triunfo la última alerta sanitaria de la OMS sobre la carne roja y carne procesada. Alerta tan poco seria como que no nos deja claro si se refiere solo a las hamburguesas industriales, a las salchichas envasadas, al camaiot o al jamón ibérico, el cuál nos dijeron hace poco que era muy saludable. Se que un chuletón de cuando en cuando, no me matará. Y mucho menos un buen plato de delicioso jamón. Ni siquiera una McNosequé que me como una o dos veces al año, no más. Ni el plutonio, en su justa medida, me va a hacer ningún daño.
Moderación. Sentido común. Y menos alarmismos sanitarios. Que la gripe A nos iba a matar a todos, decía la OMS, y ya sobreviví a ella. Yo y toda la humanidad.
Vivir mata. Eso ya lo sabemos. Disfrutemos de este ratito que nos queda.





