El secretario general de Vox, Ignacio Garriga, estuvo el martes en Palma, en una jornada de trabajo en la que aprovechó para visitar el Parlament de les Illes Balears. En declaraciones a los periodistas, el dirigente nacional de la formación ultraconservadora manifestó que “cuando Vox está, arrastramos al PP a hacer todo aquello que no se atreve”.
No parece que usar esa terminología tan tosca, demuestre un mínimo respeto por la formación con la que se suscribió un acuerdo para garantizar la gobernabilidad de Baleares. Porque, además, parece jactancioso por cuanto se presume de obligar al Govern de Marga Prohens a hacer lo que los siete diputados de Vox quieran en cada momento.
Conviene recordar que esa forma de actuar no se diferencia en nada de lo que otros hicieron antes, con toda la arrogancia que conlleva el saber que su voto es decisivo y se amenaza con no aprobar unos presupuestos, lo que hubiera sido peor el remedio que la enfermedad.
Sacar pecho de haber estado a punto de tumbar los primeros presupuestos del Govern del PP, cuando eso hubiese obligado a prorrogar las cuentas del Govern de Francina Armengol, no parece muy coherente ni motivo del que se pueda estar orgulloso.
Los diputados de Vox se han mostrado dispuestos a votar con los partidos de izquierdas, entre los cuales están los ecosoberanistas que Vox dice detestar. Presumir de que ahora los presupuestos llevan “la marca indudable de Vox”, cuando han sido aprobados de milagro, porque los diputados encabezados por Idoia Ribas estuvieron dispuestos a dejarlos caer, carece de lógica.
Además, conviene que Vox reflexione sobre el modo en que ha logrado imponer sus exigencias, algunas de las cuales carentes completamente de una demanda social perceptible y que más parecen pretextos para evidenciar su función de bisagra parlamentaria, pues incurren de lleno en lo que tantas veces ellos mismos han censurado de partidos minoritarios que, a través del chantaje, obligaban a la mayoría a pasar por los caprichos de la minoría.