Perdonen ustedes el anglicismo, propio del mundo de los negocios y que viene a significar algo así como "ganamos todos".
Hasta ahora, al menos en nuestro país, la política se ha basado en un modelo de ganadores y perdedores, en el que el que conseguía hacerse con las riendas del gobierno se olvidaba por completo del diálogo y el consenso, que solo para cuestiones muy puntuales, como el terrorismo, aparecían efímeramente.
En la filosofía del win-win, o ganamos todos, o perdemos todos y no hay negocio posible. Y esto es lo que, realmente, viene a suceder también en la política.
Cuatro años de mayorías absolutas -conformadas por un partido o por varios, que para el caso es casi lo mismo- se traducen en un cuatrienio de dictadura de aquél que ha ganado sobre la oposición y sobre todos los ciudadanos que no le han votado, que son muchos más que los que sí lo han hecho.
Por poner un ejemplo -pero siendo consciente de que esta ley es universal y aplicable en todo el estado y a cualquier institución- el PP ha gobernado nuestra comunidad con unos 195.000 votos como máximo, con una población global de 1.100.000 habitantes. Claro que los niños de teta y de jardín de infancia no votan ni tienen el menor atisbo de opinión política, y por eso deberíamos descontar los 160.000 baleares menores de 14 años. Total, que se gobierna en función de un contrato ficticio, que el partido de marras se pasa por el forro cuando le conviene, suscrito con 195.000 sobre un total de 940.000 ciudadanos.
Entiéndase que no pretendo criticar el sistema de elección de la democracia parlamentaria ni el mecanismo de representación -los menos malos, en palabras de Churchill-, solo pongo el acento en el peligro que tiene el gobernante que dice ser fiel a un programa que, solo en su imaginación, se han leído sus 195.000 votantes, los teóricamente ganadores. El resto de la población de este binomio son, claro, los perdedores, nada menos que 745.000 almas.
Así se explica la inacabable espiral de aprobaciones y derogaciones de leyes y decretos que supone cada cambio de partido en el gobierno. Como no se ha consensuado nada, pues ahora mando yo y te vas a enterar. Demencial.
El principio que inspira la filosofía del win-win aplicada a la política es muy sencillo: solo hay buena política si ganamos todos -entiéndase todos como el conjunto de los ciudadanos-, si todos estamos satisfechos, si no gobernamos únicamente para los "nuestros", para colocar a los enchufados de nuestro partido, para pasar el rodillo sistemáticamente en el parlamento, para acudir al decreto ley y al decreto en lugar de tratar de debatir y consensuar una ley en el parlamento.
No sé si mudarán las caras en la política, pero sí sé que la ciudadanía quiere que cambie la manera de gestionarla. Ignoro, honestamente, si para eso es preciso que cambiemos las siglas habituales por otras, o si sería mejor llamar a la reflexión al conjunto de los políticos para que hagan un alto en el camino y piensen si su manera de actuar hasta ahora nos conduce a alguna parte.





