Es la hora yo confieso, cantaba Mari Trini, y confieso a mi manera al oido del que escucha la verdad de mis miserias. La mía fue aceptar la invitación de un amigo y dejarme arrastrar hasta Son Moix para constatar una serie de evidencias. La primera el profundo desprecio que siente Maheta Molango por el mallorquinismo. Un sentimiento recíproco a juzgar por los cánticos entonados desde el fondo norte, el único abierto al público. Solo cuatro tornos en funcionamiento para el acceso a la grada que provocaban largas colas bajo un sol de justicia. Aun así, asientos vacíos tanto a cubierto como junto a los “supporters”. Presuma usted de 7.800 abonados cuando sólo van al campo 5.700. Y después del ¿espectáculo? inicial irán a menos. Siempre según datos oficiales y, probablemente, oficiosos.
Lo mejor del partido, el árbitro. Los de Santa Eularia no pensarán lo mismo, ciertamente, pero la expulsión de su defensa central por doble amarilla era tan justa como la del local Joan Sastre por ingénuo. Otra cosa sería el penalti de “si o no” con el que no sancionó al Mallorca y provocó la primera tarjeta roja de un jugador visitante. Pero dicho todo esto ya están en condiciones de imaginar que algo no funciona cuando a un recién ascendido y precario rival se le gana en casa con dos únicas acciones de peligro, una de las cuales termina en el solitario tanto que jalea el marcador y la clasificación.
Camino del previsible calvario le dije a mi acompañante: “tengamos en cuenta que todo lo que hoy no sea ganar por cuatro a cero, es hacer el ridículo”. Pues hubo que terminar pidiendo la hora de no haber mediado los incidentes descritos. Posiblemente todo el presupuesto del cuadro ibicenco quepa en el contrato de Lagor Jr, autor del gol victorioso. Poco hay que añadir y que cada cual saque sus conclusiones.
