Yo te diagnostico, tú diagnosticas y nosotros te diagnosticamos

Diagnóstico es la enfermedad más extendida, sobre todo en psiquiatría. No hay que negar que una parte importante del quehacer médico y psiquiátrico sea hacer un buen diagnóstico, que es el paso previo a un adecuado tratamiento. Saber diagnosticar es una habilidad clave en el quehacer médico.

Pero hay que reconocer que ha habido una inflación de los diagnósticos psiquiátricos y estamos psicologizando y psiquiatrizando malestares vitales y problemas psicosociales que superan nuestra tecnología terapéutica y nuestras habilidades. No tenemos respuestas

Cuanto nos cuesta reconocer a los psiquiatras nuestros límites y carencias. Tenemos que lidiar con nuestra ignorancia, nuestras dudas y con nuestra incertidumbre. Como dice Gonzalo Cansino” efectivamente, la ciencia debe tener la primera palabra para orientar el abordaje de un paciente psiquiátrico, y la primera responsabilidad del médico es conocerla. Pero mientras la psiquiatría científica no se consolide, el manejo de los enfermos mentales seguirá siendo incierto y difícil. Es casi una obviedad: que a pesar de los avances de la psiquiatría y la neurociencia, las enfermedades mentales siguen siendo un misterio. Se desconoce lo fundamental de su etiopatogenia y esto es una traba para realizar un diagnóstico más científico, superando las limitaciones que muchos achacan al Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM)”.

Como decía Víctor Hugo, “la ciencia tiene la primera palabra sobre todo y la última de nada”.

Por otra parte los psiquiatras tenemos cierta tendencia compulsiva a diagnosticar a los demás pero curiosamente esta “obsesión etiquetadora “, no la utilizamos con nosotros mismos. A menudo estamos instalados en una megalomanía narcisista y omnipotente que nos sitúa en el Olimpo, que nos permite “marcar” al otro. Nuestro lenguaje confiere, como el bautismo un carácter permanente a nuestros diagnósticos psiquiátricos.

Somos una parte importante en la corresponsabilidad de la configuración de los procesos de estigmatización de los pacientes. Nuestro lenguaje es muy estigmatizante e inculcamos muchas veces los estereotipos con los que se rebautizan nuestros pacientes.

No es de extrañar que nuestros pacientes se despersonalicen cuando se presentan con “soy esquizofrénico, soy bipolar, soy depresivo soy un tlp o soy alcohólico”.

Pero por otra parte no hay peor paciente que un psiquiatra que padece una enfermedad mental. Sorprende ver la reacción y la resistencia de los psiquiatras a tomar medicamentos que suelen recetar a sus pacientes.

Hablamos y desayunamos con Dios y luego nos damos un garbeo por la consulta. No es justamente humildad lo que nos sobra. Pero donde damos el do de pecho y tenemos un climax ególatra es cuando le cascamos un diagnostico a colegas nuestros. Nadie es más depredador con otro colega. Somos anoréxicos de la empatía, que luego predicamos. Cuantas veces son nuestras dificultades caracterológicas, nuestros conflictos, nuestras carencias y nuestras necesidades las que intentamos sublimar a través de la opción de habernos hecho psiquiatras.

La catalogación psiquiátrica bordea y flirtea muchas veces con la obscenidad y lo perverso, cuando hablamos de los colegas. Despellejamos a los colegas y además lo hacemos utilizando nomenclaturas científicas que aparecen en los recetarios diagnósticos psiquiátricos. “Es un psicopaton, un narcisista de guevos, un bipolar, una histérica top, es un parana, parana, es muy raro, es un esquizoide, es un neuras, es un obsesivo compulsivo, es un trastornazo de la personalidad, es un fóbico social, etc etc “. Y luego hipócritamente, con la boca pequeña, decimos que estamos en contra de la estigmatización de los pacientes psiquiátricos y de sus familias.

Rescatemos la máxima de Cioran “nos confesamos cuando hablamos de los demás”. Los gigantes y cabezudos del alma hay que gestionarlos bien. La máxima socrática de “conócete a ti mismo “es una tarea que dura toda la vida, y como decía Moliere “medico cúrate a ti mismo”.

Renunciar a la proyección y al sadomasoquismo en las relaciones intrepersonales es un reto, un signo de madurez, de inteligencia

emocional y debe de ser un compromiso ético para generar espacios sociales que sean cada vez menos inhóspitos.

Alguien dijo que no hace falta apagar la luz del prójimo para que la nuestra brille.

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