149 asesinatos y un suicidio

Por desgracia, los pasajeros del vuelo Barcelona-Düsseldorf no tuvieron ninguna oportunidad de salvarse. Si, como dedujo ayer sin ambages la fiscalía francesa, el copiloto estrelló voluntariamente el aparato, estamos hablando de un crimen, es decir, de 149 asesinatos deliberados, en el límite más abyecto de la cobardía y perversidad humanas.

La tesis cuadra perfectamente con una trayectoria de descenso rectilínea y pilotada -manual o automáticamente- del aparato y con la velocidad a la que impactó éste. No hubo en momento alguno ninguna maniobra evasiva, ni un intento de aterrizar -en cuyo caso se hubiera buscado evitar la zona montañosa, desviándose- y, naturalmente, las alarmas se dispararon al conocerse el contenido del registro de voz de la cabina, aun cuando todos deseábamos íntimamente que no fuera así, que la crueldad humana no fuera la causa de tanto dolor.

Sin embargo, y siempre con respeto de las conclusiones que puedan extraerse definitivamente, parece que nos hallamos ante el producto de una mente criminal.

Las enseñanzas de esta tragedia, mayor aún por su sinrazón, son múltiples. En primer lugar, habrá que analizar qué fanatismo o estado patológico conduce a un brillante joven de 28 años a matar a sangre fría a 149 inocentes -pues lo de su propia vida, en este caso, es ciertamente lo que menos importa-, saber qué delirante consuelo buscaba en ello.

La segunda lección es la de comprobar que, desde el 11 de septiembre de 2001, el mundo se ha vuelto absolutamente loco buscando una seguridad incompatible con la vulnerabilidad de la vida humana y que, paradójicamente, ha provocado esta vez 150 muertos. Es absurdo que no exista un mecanismo por el que un miembro de la tripulación no pueda acceder a la cabina de mando en caso de necesidad. Pensemos en si, en lugar de ser un asesino, el copiloto hubiera padecido una muerte fulminante mientras su colega iba al lavabo, o que por una negligencia ambos pilotos hubieran abandonado momentáneamente el cockpit y no pudieran volver a entrar.

Hemos puesto tanta seguridad en el acceso a los mandos que éste resulta imposible incluso para intentar salvar vidas. Un disparate sin paliativos.

Otra conclusión es que, efectivamente, aerolíneas de gran prestigio como Lufthansa hacen un mantenimiento técnico ejemplar, pero esta vez lo que les han fallado no han sido los tornillos, sino la gestión de los recursos humanos, primero al seleccionar a un potencial desequilibrado, y segundo al no detectar ningún indicio de dicho desequilibrio. Y, finalmente, habrá que reconocer que la seguridad al cien por cien no existe, de hecho no es la primera vez que ocurre un hecho similar, aunque en las anteriores ocasiones - Silk Air en 1997 y Egyptair en 1999- estuviéramos hablando de aerolíneas menos importantes y, sobre todo, menos cercanas al mundo seguro e irreal en el que los occidentales creemos vivir.

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