Escribo este artículo el viernes 18 de julio de 2025. Un día como otro cualquiera, si no fuese que se ha escrito tanto sobre ese día de 1936, que no puedo dejar de pensar en ello. Me he hartado de leer decenas de libros escritos por historiadores, sociólogos, políticos, economistas y militares sobre ese día. Hoy nadie lo ha celebrado ni lo ha condenado. El cambio de cultura, de historia, de mentalidad, pero sobre todo de miedo, ha provocado el olvido de una cita histórica. Se le llamó el Alzamiento Nacional. De hecho, fue una operación de revuelta ilegal contra un Gobierno legalmente establecido, que no gobernaba y que permitió la época de mayores desastres y atentados contra los derechos fundamentales de todos los españoles. De derechas y de izquierdas. Fue el llamado bienio del terror durante el cual la noticia del día siempre era de terrorismo, secuestros, asesinatos, violaciones y desmadres provocados por unos y otros. Unos militares y sus quintas columnas, se hartaron de tanto desmadre y se levantaron en armas después del asesinato del líder de la oposición de centro-derecha, José Calvo Sotelo.
El 13 de julio, unos milicianos, guardias de asalto y un Guardia Civil, dirigidos por unos asesinos del PSOE (no los nombraré, no se lo merecen), fueron a su casa y lo sacaron, lo montaron en una camioneta y allí le descerrajaron dos tiros en la cabeza.
La historia nos cuenta que Calvo Sotelo era un radical opuesto a la república y que instaba, en sus discursos en las Cortes, al enfrentamiento con los enemigos de su concepción de España. Todos los autores, incluso los más comunistas, consideran que fue este asesinato la causa final que propició el alzamiento del 18 de julio. Pero es también cierto que la guerra se venía gestando desde la llegada de la 2ª República. Pero esa es otra historia.
Esperaba que el Gobierno de Pedro Sánchez hiciese algún acto en recuerdo de la fecha para atacar la guerra y en la defensa de la legalidad del Gobierno que la permitió y no la paró, porque creían que terminarían con los monárquicos, los militares, los ricos, los terratenientes, los empresarios, los curas, las monjas, la CEDA y todo lo que oliese a la España del siglo 19. No fue un crimen de Estado, así lo dice Gibson y yo lo firmo. Pero fue el Gobierno del PSOE quien permitió todas las crueldades y se calló ante el empuje de los comunistas y antisistema de la época, los revolucionarios, los amigos y fieles de Indalecio Prieto, el líder del PSOE de esos días, que animaba a utilizar la revolución armada contra la derecha. Es decir, sería como si hoy, Sánchez, sus ministros, Óscar Puente, sus periodistas del banderín de enganche rojo o sus socios de gobierno acostumbrados al asesinato como Euskal Herria Bildu, empezasen a amenazar en sus medios de comunicación, en sus Ruedas de Prensa y en sus intervenciones en los parlamentos nacionales y autonómicos con utilizar la fuerza de la democracia contra los partidos que no piensas como ellos. O que los de la derecha nazi, se les fuera la mano con la navaja o la bota con los clavos y asesinaran un pobre desgraciado que pasaba por allí.
Ya he escrito alguna vez que, gracias a que en España no se permiten armas de fuego al público en general, no ha habido una desgracia. En el 36, las armas las tenían los militares, los agentes del orden republicano, las Fuerzas de Asalto, la Guardia Civil, Los Mossos de Escuadra y todos los ciudadanos de la derecha fascista y de la izquierda revolucionaria, tanto en los pueblos, como en las ciudades. Y el Gobierno no los desarmó. Al contrario, los ayudó a sortear la ley y la justicia. Hoy he vuelto a leer una de las mejores obras escritas sobre nuestra guerra civil: A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España. Publicada en 1936, escrita por un periodista de izquierdas y revolucionario, Manuel Chaves Nogales. La pueden bajar gratis del fondo de la Biblioteca Nacional de España. No olvidemos el pasado, para que nunca más pueda repetirse.