44 marinos

15 de noviembre de 2017. En el llamado Mar Argentino, a 432 kms al Este del Cabo San Jorge, en una de las zonas más pobladas de la Patagonia, mientras se halla de regreso a su base en Mar del Plata, el submarino ARA San Juan reporta la existencia de un incendio a bordo, provocado por una vía de agua en los conductos de ventilación que ha producido cortocircuitos en las baterías del sistema de impulsión.

A las 7:30 horas, se pierde la comunicación con el sumergible, al tiempo que una de las estaciones hidrofónicas de la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, situada en el Atlántico, capta en la zona una tremenda explosión, que queda registrada en su sede de Viena.

A partir de ahí, se organiza un ingente dispositivo de rescate que involucra a distintas potencias, al tiempo que comienza a fraguarse uno de los más patéticos episodios de gestión de la información de la historia reciente, por parte de los jefes de la Armada Argentina.

La zona del probable naufragio, cerca del borde de la plataforma continental, tiene profundidades de entre 500 y 1500 metros. La estructura del submarino, un buque del tipo TR-1700 de fabricación alemana, 2140 toneladas de desplazamiento y más de treinta años de servicio, está teórciamente calculada para suportar las enormes presiones de la columna de agua hasta los 600 metros; a más, el submarino implosiona, es decir, se aplasta hacia dentro como se hace habitualmente con las latas de cerveza vacías.

Tanto si ese fue el fin del San Juan, como si, por el contrario, la anomalía hidroacústica detectada desde Viena fue, en realidad, una explosión causada por un incendio o por el estallido de armas explosivas a bordo, lo cierto es que 44 marinos argentinos, 43 varones y una mujer, yacen en el fondo del océano.

27 de junio de 1946. Frente a la costa brava mallorquina, a 13 millas del Morro de Sa Vaca, tres submarinos de la armada española están realizando ejercicios de detección y hundimiento de destructores. Participan los sumergibles C-2 y C-4, de fabricación española, que desplazan 955 toneladas, y el General Sanjurjo, un clase Archimede italiano, todos ellos veteranos de la Guerra Civil, así como los destructores Alcalá Galiano, Churruca y Lepanto, los dos últimos, copartícipes del hundimiento del crucero Baleares el 6 de marzo de 1938 frente al Cabo de Palos, y todos ellos bajo pabellón tricolor durante nuestra contienda.

El C-2 pronto hace blanco en el Alcalá Galiano y emerge frente al Cabo Gros para dirigirse al puerto de Sóller, de donde han zarpado las naves unas horas antes. El comandante sube a la torreta y espera ver salir a la superficie al resto de la flotilla, pero a eso de las dos de la tarde recibe un mensaje del Galiano que le avisa que uno de los submarinos ha sido abordado, dirigiéndose a la zona.

A las 13:55, la oficialidad del último buque de la formación en línea, el Lepanto, ha contemplado atónita desde el puente cómo, a su proa, emergía de través la eslora del C-4, a tan corta distancia que resultó imposible evitar la colisión.

Al llegar el C-2, observa los enormes daños causados por el abordaje a la proa del Lepanto, y, junto a una enorme mancha de combustible, se hallan flotando restos de madera de caoba, una silla destrozada y pedazos del revestimiento interior de la cámara de oficiales. No hay supervivientes.

La roda del destructor ha golpeado violentamente el submarino entre el cañón antiaéreo de proa y la torreta, arrancando de cuajo ésta y provocando el rápido hundimiento del buque con toda su tripulación: 44 marinos españoles.

Hasta 1987, cada 27 de junio, una embarcación de la Armada salía del puerto de Sóller para celebrar un responso en el punto exacto del naufragio.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias