La convivencia está completamente rota y dinamitada. Del consenso social que surgió de la transición ya sólo queda el recuerdo. España vuelve a estar enfrentada en bandos. Este contexto fratricida al que nos ha arrojado el sectarismo de unos y la naftalina de otros, es la antesala de una catarsis que culminará con una modificación de la Carta Magna.
Para la izquierda, en la Constitución cabe todo aquello que les convenga para mantener el poder. Amnistía, referéndum, lawfare, destrucción de la separación de poderes... el relato lo aguanta todo y la parroquia de fieles traga con todas las contradicciones que el líder supremo les quiera imponer. Su excusa es la "convivencia", a pesar de que nunca en democracia el país estuvo tan enfrentado como durante su mandato. Además, si uno señala su inconsistencia argumental, corre el peligro de ser tachado de 'facha'. Los jueces, la oposición, las voces críticas, incluso los suyos que ya no se pliegan a los delirios de Sánchez: todos fachas.
Por su parte, el PP arremete con la Constitución como arma sin éxito. La parroquia que ha creado Sánchez ya lo tolera todo e incluso asume sus repentinos "cambios de opinión". Desmoronar con la razón lo que ha construido la ficción es inútil.
Mientras tanto, Vox se aparta paulatinamente de la democracia constitucional y plantea una pelea callejera propiciatorio de un caldo de cultivo que facilite el retorno de los populismos de los extremos caídos en desgracia. Las tesis de Espinosa de los Monteros se han abandonado y ya imperan los planteamientos y los modales más cercanos a la Falange, representados por Jordi Buixadé, basados en despreciar la legalidad en pro de su virtud moral suprema. Esta deriva es muy peligrosa y el PP debe ser lo suficientemente astuto para no caer en estos planteamientos que se sitúan fuera de Europa, de la democracia y de la cordura.
