Ojalá hubiese elegido este título en honor de la mítica canción de los ochenta de los Ronaldos, pero no. Quizás éste sea el artículo de opinión que me ha costado más redactar de toda mi trayectoria profesional y el que jamás hubiese querido escribir.
Hoy, me salto la monótona temática educativa para rendirle un merecido homenaje a la persona gracias a la que hoy ocupo esta columna. La persona que posibilitó que estudiase en Madrid lo que más me gusta, el periodismo; la persona que me ha inculcado muchos valores y principios: Mi padre.
Dar el último adiós a tu padre es de las cosas más difíciles que he experimentado en mi vida. La sensación que tienes es indescriptible. No se puede definir con palabras.
Ya dicen que la vida o el destino son caprichosos. Él decidió marcharse el mismo día que cuarenta y seis años atrás mi madre y él se cruzaron en el camino. Desde ese momento han sido inseparables. Han formado una gran familia. Mi abuelo paterno falleció cuando mi padre tan solo tenía tres años. Es por eso que su papel de padre y esposo ha sido ejemplar y brillante. Nos ha dado todo lo que él no tuvo. Y para mi madre, mi hermana y para mí, ha sido la mejor fortuna.
Ahora, como dijo mi prima Carmen al conocer la noticia, el cielo está de fiesta celebrando la llegada de mi padre porque él a pesar de ser gallego, derrochaba alegría allí por donde pasaba. Ha sido una persona cariñosa y afable. Trabajadora y responsable. Leal y amigo de sus amigos. Servicial y dispuesto siempre a ayudar a los demás. Y todo esto lo hacía derrochando amor.
El mismo amor que le hemos dado durante estos duros siete años de enfermedad y, especialmente, durante sus últimos días de vida. Y por eso se ha ido al cielo con las alforjas bien cargadas de un amor en mayúsculas, generoso, desinteresado y puro.
Seguiré actuando de la misma manera para que mantengas tu orgullo en tu hijo y tu familia. Aunque ya no estés entre nosotros, te sentimos muy cerca, papá.
Disfruta de tu viaje, papá y guárdanos un lugar a tu lado.
Hasta siempre.
Si (
No(