Adoctrinamiento y olé

Me muero de la risa cada vez que oigo a alguien o leo un escrito en el que se lanzan severas acusaciones a padres y maestros por adoctrinar a sus respectivos hijos o discípulos. Ahora resulta que, en lo que llevamos de Historia, que no es poco, nunca nadie ha adoctrinado a nadie bajo ningún concepto y en ninguna situación política ni social, ya sea en épocas de dictaduras o de democracias o de lo que sea. Parece ser que ni los persas, ni los mandarines, ni los egipcios, ni los árabes, ni los griegos, ni los íberos, ni los romanos, ni los vikingos, ni la madre que los parió a todos ellos, sufrieron ninguna clase de adoctrinamiento en su atormentada infancia o en su divina juventud. Es decir que, a humano parido, las distintas civilizaciones no han inculcado a sus vástagos contemporáneos valores o ideas algunas; no se ha insuflado a los cerebros juveniles -durante la Historia de la Humanidad- ningún tipo de educación, libre o no de objetividad o dogmatismos, sean estos compatibles con las leyes del momento o sean contrarios a dichas legislaciones momentáneas. No digo aquello tan sobado de que “baje Dios y lo vea” porque Nuestro Señor -repanchingado en su etéreo solio celestial- lo ve y lo sabe todo y jamás se entromete en memeces humanas que no conducen a ningún sitio. Y si, ahora mismo, leyera en cualquier editorial publicada por los periódicos salvadores de la sacrosanta unidad de la patria las citadas incriminaciones y recriminaciones sobre el adoctrinamiento en familias y escuelas catalanas (por poner un ejemplo), le daría un ataque de hilaridad y sus risotadas resonarían por todo el orbe, en ciudades y pueblos, en lo recóndito de los valles y en las profundidades de los mares.

De todos modos, he reflexionado asaz sobre este tipo de denuncias y he llegado a la conclusión de que es harto engorroso y hasta enrevesado intentar solucionar este “conflicto” generacional y pedagógico. Sin embargo, estoy en condiciones de brindarles una posible salida a este atroz problemón que nos acecha con el objetivo de que -en caso de que realmente hubiera adoctrinamiento alguno en la enseñanza realizada en Catalunya (por poner un ejemplo), tanto por parte de progenitores como de educadores profesionales- se pueda resolver, de raíz, esta escaramuza que atenta contra todo principio moral. La suelto (la salida): se trata de agarrar a los recién nacidos, vendarles los ojos y taponarles los oídos hasta que hayan alcanzado la madurez con el paso de los años. De esta guisa, todos los rorros, niños, churumbeles, mocosos (vayan añadiéndoles los correspondientes adjetivos femeninos a todos y todas), jovenzuelos, preadoslescentes y adolescentes no alcanzarían a ver nada de lo que les rodea, ya sea en formato real o de ficción y, además, no podrían escuchar discursos dirigidos a ellos respecto a cómo hay que comportarse en la vida o qué valores vale la pena preservar para intentar entremezclarse con la sociedad y conseguir que ésta sea más justa, más empática o, simplemente, mejor.

Resumiendo: los peques -así, en genérico- llegarían prácticamente vírgenes (bueno, vírgenes hasta cierto punto ya que para copular -por poner un ejemplo- no son necesarios los ojos o los oídos) a cierta edad en la que ya se les podría ir quitando las vendas y los tapones, entendiendo que su objetividad sería totalmente definitiva y categórica y, consecuentemente, estarían en condiciones de enfrentarse a la vida con ilusión y anhelos de justicia. Unos tribunales especiales designarían la fecha exacta de cada uno para tener acceso al voto.

Por último, declararles que, durante mis veinticinco años bajo la dictadura del Generalísimo Franco, Caudillo de España, jamás nadie me adoctrinó; para nada. Lo juro por imperativo legal y por prescripción facultativa.

Que conste en acta.

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