El viernes pasado la academia sueca concedió el Premio Nobel de literatura a la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich y el domingo se celebró en su país la elección presidencial, en la que se ha reelegido a Aleksandr Lukashenko para un nuevo mandato, el quinto consecutivo desde 1994.
Si la concesión del Nobel a Alexiévich ha sido una cierta sorpresa, ya que aunque se encontraba entre los nominados no figuraba entre los favoritos, si bien ya viene siendo una constante desde hace años que el premio recaiga en un candidato considerado de segunda fila, la reelección de Lukashenko estaba más que cantada y nadie la ponía en duda.
La obra de Alexiévich no es de ficción, sino de periodismo literario y sus libros se han centrado en describir las vivencias de la gente corriente durante la decadencia y el desmembramiento de la Unión Soviética, especialmente de las mujeres. Es particularmente relevante en ese sentido el único de sus libros publicado hasta el momento en España, “Voces de Chernóbil”, en el que da la palabra a los afectados por el accidente de la central nuclear, que tan catastrófico ha resultado para su propio país, más aun que para la misma Ucrania.
El accidente nuclear de Chernóbil ha supuesto para Bielorrusia un desastre de dimensiones similares a la invasión nazi de la segunda guerra mundial, con la diferencia de que sus consecuencias durarán centenares o miles de años, sobre todo en las dos regiones más afectadas, Gómel y Maguilov, en el sureste y el este del país.
Alexiévich, cuya obra no se ha publicado, o lo ha sido en condiciones de semiclandestinidad, en su propio país y que ha vivido largas temporadas en el extranjero, en una suerte de autoexilio, es muy crítica con la evolución que han seguido la mayoría de los países exsoviéticos y muy particularmente Rusia y su actual presidente, Vladímir Putin y se ha manifestado repetidamente muy preocupada por el militarismo neoexpansionista del presidente ruso y, sobre todo, por el apoyo popular del que disfruta. Tampoco ahorra censuras a Lukashenko, al que considera un dictador arribista y oportunista y del que advierte a la Unión Europea que no se puede confiar en ningún sentido.
Lukashenko, del que se dice que es “el último dictador de Europa”, o que preside la “última dictadura soviética”, controla todos los resortes de poder en el país con mano de hierro. Es cierto que ha conseguido evitar que en Bielorrusia se produjera el desmantelamiento del estado y el apropiamiento de las estructuras productivas por una casta oligárquica surgida del expolio y la rapiña de los bienes públicos, con el consiguiente empobrecimiento de la población, un incremento brutal del paro y un desmantelamiento del estado del bienestar, lo que sí ha ocurrido en Rusia y en otros países exsoviéticos, pero lo ha hecho a costa de cercenar las libertades y derechos civiles, de silenciar a la prensa independiente, de encarcelar a los opositores, de controlar los tribunales de justicia y de violar sistemáticamente los derechos humanos. Es significativo que es el último país de Europa en el que está vigente la pena de muerte.
Lukashenko es un aliado de Rusia, aunque en los últimos tiempos, debido a que, dada la precaria situación económica rusa, ya no puede obtener tantas ventajas económicas del gran vecino, ha hecho algunos gestos hacia la UE, destinados a conseguir el levantamiento de las sanciones que pesan sobre él y un centenar y medio de altos funcionarios y programas de ayuda al desarrollo de la UE, que haría bien en seguir el consejo de la premio nobel y desconfiar del dictador bielorruso.
La economía de Bielorrusia se ha beneficiado del suministro ruso de gas y petróleo a precio “de amigo” y tiene una gran dependencia de Rusia. Bielorrusia pertenece a todos los tratados promovidos por Rusia, como la Comunidad Económica Euroasiática, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva y la Unión Aduanera Euroasiática.
Pero es cierto que en el conflicto de Ucrania ha tenido una postura alejada de Rusia. No respaldó la anexión de Crimea y ha criticado los referéndums de las regiones separatistas del Donbás. También ha conseguido que los rebeldes y el gobierno de Kiev, junto con Rusia, EE.UU., Alemania y Francia se sentaran a negociar y alcanzaran los acuerdos de Minsk, que parece que en estas últimas semanas se están cumpliendo, con la retirada del armamento pesado de ambas partes quince quilómetros desde la línea del frente, creando así una franja de seguridad de treinta quilómetros.
La UE debe aprovechar esta oportunidad de acercamiento a Bielorrusia y considerar el levantamiento temporal de las sanciones, pero debe exigir a Lukashenko contrapartidas claras, definitivas y verificables en el ámbito del respeto a los derechos humanos, de la libertad de expresión y de prensa, de independencia de la justicia y de abolición de la pena de muerte.








