Bodas, bautizos y comuniones

Entrado el mes de mayo, el de las flores y para los que fueron educados en la fe católica, el mes de la Virgen María (“Venid y vamos todos con flores a María… que Madre nuestra es”) toman forma tres de los siete Sacramentos de la Iglesia: matrimonio, bautismo y eucaristía, aunque no seamos practicantes ni tan siquiera creyentes.

Una boda es el enlace entre dos personas que se aman y respetan, y pretenden formar un proyecto de vida en común. Aunque sacramentalmente debe ser entre un hombre y una mujer y para toda la vida. Actualmente nos sentimos a años luz de esta visión porque todo cambia a un ritmo vertiginoso y nada es para siempre. Pero el amor en todas sus vertientes es el mejor motivo de celebración que existe. Así que cada pareja organiza la ceremonia (civil y/o religiosa) de la forma que quiere. Unos de manera íntima y sencilla, otros festejan en exceso. El abanico abierto de lugares abarca desde una ermita, monasterio, iglesia o catedral; hasta la orilla del mar, finca rústica, en Las Vegas, en Tailandia o por el rito balinés. El convite también es del gusto de los cónyuges: en su propia casa y cocinado por ellos mismos, en un gran restaurante, servicio de catering o “food truck”, -el chocolate con churros ya ha pasado de moda aunque esté para chuparse los dedos-.

Los hijos solían llegar principalmente dentro del matrimonio y con un pan debajo del brazo. Por tanto, el sacramento que sigue es el del bautizo, cuyo significado implica que una persona sea sumergida -o su cabeza sea bañada- en agua y que salga de nuevo, para comenzar una nueva vida cristiana, libre de pecado. Solo se celebra de forma religiosa; sin embargo hoy en día, el nacimiento se conmemora por primera vez y anualmente con una fiesta llena de invitados que son familiares y amigos; y alrededor de una tarta, el anfitrión, va soplando velas con el paso del tiempo.

Después, a los 9 años (antes a los 7), si estos niños han crecido y se han educado en la fe religiosa toman la Eucaristía, es decir, hacen su Primera Comunión –la consagración del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo-. En este siglo ya hay muchos padres que dan a elegir a sus hijos la celebración de este sacramento. Algunos consienten por llevar un vestido de princesa o de marinero (retro) o por tratarlo como un acto festivo más que espiritual.

De cualquier forma, los tres sacramentos citados se convierten en eventos de cariz social y consumista. Empecemos por la indumentaria. La novia es la protagonista del enlace nupcial. El vestido suele ser blanco o de un color pálido, largo, con pedrería o encajes, de seda natural… Lo mismo ocurre con los trajes de comunión que simbolizan la pureza de la infancia y también en el bautizo. Las flores, las joyas, la peluquería y el maquillaje, el fotógrafo, la música… todo en conjunto incrementa el gasto desorbitadamente.

Por otro lado, los invitados también se dejan una suma importante en la vestimenta de estreno para estas grandes ocasiones, pero sobre todo en los regalos que hacen a quienes los han invitado. Antes, para los recién casados, los mejores presentes eran: las planchas, los marcos de plata, etc. En el bautizo; las cadenas, cruces y medallas de oro, eran lo más envidiado. Y, en la primera comunión, ¿a quién no le regalaron una bola del mundo que podía iluminarse?, y otros muchos cachivaches. Ahora el obsequio monetario es el más preciado, así, cada uno puede gastarlo en lo que más le apetezca o engrosar su cuenta corriente.

¡Qué vivan los novios! ¡Qué se besen! ¡Enhorabuena! ¡Felicidades! Celebren los buenos momentos que los malos llegan solos…

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