A veces, la suave brisa que podemos sentir una madrugada o una tarde sobre nuestra piel, parece trasladarnos a otros momentos pasados de nuestras propias vidas, momentos en que también estuvo presente flotando en el aire —y también en nuestro propio espíritu— otra suave y dulce brisa.
Son momentos que quizás por ello recordamos todavía hoy con cariño y con ternura, viéndonos a nosotros mismos algo más jóvenes que ahora y también desconocedores de qué nos podría deparar el porvenir o un futuro que entonces vislumbrábamos muy lejano. Aquel futuro muy lejano es hoy nuestro presente, y muy pronto, sin que apenas nos demos cuenta, se convertirá en un nuevo fragmento de nuestro propio pasado.
Ese es el poder evocador de la brisa, aunque no sólo de la brisa, porque a veces es un día cálido de sol el que parece trasladarnos a otros lejanos y cálidos días de sol, a aquellos veranos en que nos gustaba ir a la playa, nadar casi sin descanso, beber agua fría o piña de una cantimplora, comer un llonguet con sobrasada o foie gras y también en ocasiones un polo, que solía ser de limón o de naranja.
Y a veces es también un día frío o de lluvia el que nos traslada a otros días fríos o de lluvia del pasado, cuando algunas tardes se nos hacían un poco largas en el colegio, o cuando paseábamos bien abrigaditos por una ciudad que entonces nos parecía en blanco y negro, o cuando estábamos enfermos y no podíamos salir de casa, y escribíamos tal vez poemas románticos o nos sentíamos quizás tristes y melancólicos.
Muchas de las imágenes del pasado, de nuestro pasado, son a menudo como pequeños flashes, como recuerdos que se nos aparecen muchas veces sin esperarlo, de improviso, que van y vuelven, y que regresan de nuevo sin que sepamos muy bien por qué, pero que aun así siempre nos gusta que regresen.
Esas imágenes pueden ser tal vez también las de un recreo, un día de nieve, un paseo con nuestro padre o con nuestra madre, un partido de fútbol que jugamos en un descampado, el primer viaje que hicimos en avión, la sensación que experimentamos al descubrir por vez primera una ciudad diferente a la nuestra, el sugerente aroma de un perfume o el suave tacto de una piel.
Cada día que vivimos se abre el futuro ante nosotros, mientras en este presente fugaz de ahora mismo nos damos cuenta de que hoy somos, sobre todo, la misteriosa suma de nuestros recuerdos pasados y llenos de hondura, de todos aquellos recuerdos que rememoramos siempre, una y otra vez, con especial cariño y con profunda ternura.