En el último film de P. Newman, “Perdición” era un pueblecito tranquilo, al cual pretendía llegar Tom Hanks con su hijo, mientras dejaba atrás cadáveres de mafiosos ahítos de venganza. Pues bien, en este país, todavía nuestro país, hemos creado otra meta que también podríamos titular “perdición”; una perdición a la cual se llega por la carretera del engreimiento, la impericia y la falta de capacidad para afrontar la historia. Ahora se acerca la aplicación de un art. 155 que, en lugar de sietemesino, ha nacido salido de cuentas. Una aplicación que requerirá de una praxis quirúrgica exquisita, próxima al malabarismo y repleta de pulcritud. Y al otro lado del muro — algunos lo llaman dialogo — un sentir, menos que más colectivo, que pretende alcanzar la liberación de una opresión que se proclama histórica. Para alcanzar tal supuesta emancipación hay que desprenderse del ogro que les impide disfrutar de sus inalienables derechos y libertades, al tiempo que soportan un sempiterno desprecio hacia su lengua y cultura. Cataluña, dicen, es una víctima oprimida, en todos los ámbitos de su devenir, por la villa y corte, sea borbónica, sea republicana, sea franquista, sea conservadora. Y contra ello se ha rebelado con todo el ímpetu que le permiten sus fuerzas y, en algunos catalanes, su odio. Desde esa opresión, la gobernación catalana, “ha cambiado mojones para ganar heredad; hacía en todas formas tuertos y falsedades; tenía mala fama entre su vecindad”, como “El labrador avaro” de Gonzalo de Berceo. Un “labrador” que, sin vergüenza alguna, hoy reclama a la tiránica villa y corte, diez millones de euros para abonar los servicios sociales en su territorio o el importe de las nóminas de sus funcionarios.
A decir verdad, resulta difícil adivinar qué sucederá más allá del viernes. Todos los escenarios son posibles; desde la desobediencia civil; desde la declaración parlamentaria de independencia; desde la querella por rebelión; desde la insumisión de toda la administración autonómica; hasta el encarcelamiento de los promotores de la insubordinación. Todo es posible. El desfloramiento del art. 155 de la C.E., puede ser traumático. Sin embargo, no debemos olvidar que nos hallamos ante una sedición contra el orden constitucional, una rebelión contra el Estado de Derecho vigente, plagada de ilegalidades, acompañada de un inasumible simulacro de consulta popular. En otras palabras, la revolución catalana iniciada el 6 y 7 de septiembre y — a estas horas — pendiente de su remate con la DUI, no es sino una “guerra” a la moderna contra el Estado español, en toda la extensión del término. Una “guerra” que usa de medios modernos, como redes sociales, televisiones, videos, emisoras, twits… Esas son las actuales balas o misiles, a los cuales el Gobierno ha tardado veinte días en responder por medio de esa inutilidad llamada Dastis.
Ahora bien, sea como sea, lo cierto es que el Gobierno de Rajoy representa la legalidad institucional, frente al golpismo de Puigdemont y sus confluencias, en especial una CUP que anhela, como Podemos, implantar una revolución marxista, anticapitalista, ignorada incluso en la República que la vivió en sus carnes. Una CUP que, merced a sus diez diputados y sus escasos 330.000 votantes, es otra bota opresora y reguladora de todas las decisiones de la Generalitat o del Parlament. En ese teatro surgen personajes como el presidente del Barça que dice defender su escudo, poniendo el club y su estadio a disposición de los golpistas. En su inconsistencia intelectual no se da cuenta de lo que provocará en todos los campos a los cuales acuda como visitante su “club”, teniendo que soportar unos deportistas como Messi o Iniesta o Busquets la manifestación irritada de unos ciudadanos que han visto como se ha mezclado deporte y política. Como lo han hecho Piqué o Guardiola, quienes de forma rotunda son contestados en los medios y en las redes sociales. Ni uno ni otros han respetado esa alegada “pluralidad” de su masa social y peñas deportivas, que bien pueden dejar de admirar su futbol para increpar a los jugadores por culpa de unos personajes rebozados de soberbia en vez de sentido común. A los anteriores se han unido estrellas ciegas como la presidente Armengol, que solicita el voto del defenestrado senador Antich desfavorable a la aplicación del “maldito” art. 155, lo cual es tanto como proclamar que se alía con los sediciosos, los instigadores de un asalto a la legalidad constitucional, promulgando leyes a la brava — hollando formas y modos parlamentarios al estilo de un país bananero —; maneras y leyes contra las cuales pondría el histérico grito en el cielo, si se hubiesen aprobado en el Parlamento balear. Que lo haga Mes, en todas sus vertientes, con un vicepresidente Barceló desesperado por tapar sus vergüenzas personales, no es nada anormal; nunca han estado honestamente en la legalidad constitucional, sino que se han aprovechado de ella para subirse al carro de los gobiernos autonómicos o municipales. La fórmula de juramento o promesa de la Constitución “Por imperativo legal” — una invención de los batasunos en el Congreso, absurdamente admitida por el T.C. — fue el inicio de esa senda hacia “perdición” al implicar el vaciado del sentimiento de patria, de nación, que, sorprendentemente, el President Puigdemont ha hecho resurgir en España. Un sentimiento que ha venido siendo ignorado por Rajoy y sus ministros en forma asombrosa. La lección se le ha revelado de arriba, de más arriba, y de abajo, de más abajo. De un Rey que sostiene el peso de una secular dinastía y de un pueblo harto de no sentirse gobernado y que no desea que quinientos años de historia caigan en la “perdición”.