¡Cerdo!

Si alguien merece ser titulado, en un artículo, entre admiraciones, es el cerdo. Dice el saber popular (que es el mejor diccionario que existe en el mundo mundial) que “del cerdo, hasta los andares”.

Harto de buscar elementos que puedan unir a las diferentes españas –objetivo casi imposible- he llegado a la conclusión política que solo el cerdo reúne las condiciones necesarias como para intentar hacer de la famosa tercera vía, por ahora inexistente, una experiencia realista. Ya sé que el hecho de considerar que un animal pueda ser el único aliciente que cohesione un Estado es, como mínimo, alucinante; pero es lo que hay.

El cerdo no tiene discusión. Entre todos los partidos políticos españoles y sus aportaciones teóricas respecto a la gobernabilidad del país, el único punto en común es el interés general que ofrece el cerdo. A eso se refiere, semánticamente, el sentido de la transversalidad; sí, política, también. La cosa tiene cierta transgresión con ese concepto de multiculturalidad que mantiene a los políticamente correctos: el Islam no soporta a la personalidad porcina. ¡Qué se le va a hacer!

Si se me permite la blasfema expresión, el cerdo es la hostia. Lo tiene todo: es guapo, limpio (lo de guarros hay que imputárselo a sus propietarios), inteligente, de gran corazón (el más parecido al de los humanos), de piel suave y un poco rasposa (la gran tendencia de los “hipsters”) y divertido (su cola serpenteante lo demuestra sobradamente).

He convivido durante treinta años con cerdos. Nunca me han dado un disgusto. Les he dado lo mejor de mi vida i ellos, siempre, me lo han agradecido: la botifarra de Moià, la morcilla de Burgos, el jamón de Teruel, el ibérico de Jabugo, el lomo embuchado salmantino, la sobrasada de Baleares, la chistorra del País Vasco… catalanes, mallorquines, extremeños, aragoneses, cántabros, astures, leoneses, vascos, gallegos, a pesar de sus evidentes diferencias, coinciden en un punto, su pasión por el marrano. Y es que el cerdo es mucho cerdo, como el Betis es mucho Betis. El animal se hace desear. Tiene muchos más números que el toro bravo (desprestigiado en Europa) para convertirse en la bestia más totémica de la representación diplomática española; incluso por encima del ministro García Margallo.

 

Ya sé que lo protocolario es gritar ¡Viva el Rey! Pero me permitirán ustedes que hoy finalice mi escrito con un sentido ¡Viva el Cerdo! (sin connotaciones antimonárquicas en esta proclamación; que, a lo mejor, tambien…) pero siempre con el debido respeto.

 

A cerdo muerto, cerdo puesto.

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