Colapso

Después de casi toda una vida en Palma, hace cuatro años mi mujer y yo decidimos dar un cambio radical a nuestra vida, dejar la ciudad y pasar y fijar nuestra residencia en algún pueblo pequeño del interior de la isla. A tal fin pusimos en venta nuestro piso y procedimos a buscar una casa que se adaptase a nuestras necesidades en el Pla de Mallorca. Tras la venta de nuestro apartamento palmesano, encontramos una vivienda en Lloret que reunía las condiciones, incluido el precio, así que la adquirimos y, tras una pequeña reforma nos trasladamos.

El traslado se produjo unos pocos meses antes del inicio de la pandemia y, la verdad, poder pasar en el pueblo la primera fase de reclusión total y todas las restricciones posteriores fue una bendición, sin comparación posible con las condiciones que se tuvieron que padecer en las ciudades. Una vez normalizada la situación provocada por la covid 19, la vida bucólica de un pueblo pequeño proporciona grandes satisfacciones, pero también tiene carencias y aspectos negativos.

La posibilidad de conseguir determinados tipos de bienes y servicios es muy limitada o nula. Tanto si se trata de muebles y complementos para el hogar, como ropa y calzado, electrodomésticos y toda suerte de enseres, utensilios o artilugios, como si queremos alimentos o bebidas de cierto nivel gastronómico, bienes o eventos culturales como libros, discos, teatros, conciertos, exposiciones, museos, o establecimientos gastronómicos como restaurantes, bares, coctelerías, etc., no hay más remedio que bajar a Palma, con el inconveniente de que luego hay que volver.

Y en este bajar a Palma es donde radica el mayor problema, puesto que utilizar el transporte público no es una alternativa viable. No lo es por la limitación de servicios, muy deficiente en el caso del autobús, algo mejor en el del tren, pero que requiere trasladarse en coche a Sineu y dejar el vehículo aparcado cerca de la estación y, en cualquier caso, el horario no deja de estar limitado, sobre todo por la noche. Además, no es realista pensar en deambular por Palma en autobús o taxi y cargar con las bolsas de la compra, en especial si se trata de alimentos perecederos.

La limitación de viajes y horarios del TIB, amén de la manifiesta incomodidad tanto de autobuses como de trenes, al menos para personas de cierta edad y con algunos problemas de movimiento, no digamos para grandes dependientes o quienes necesitan de sillas de ruedas o elementos auxiliares de movilidad permanentes.

Pero el vehículo privado también tiene inconvenientes. Aparte del coste estratosférico del combustible, llegar a y circular por Palma a determinadas horas puede convertirse en una pesadilla interminable. Y aparcar una tortura, incluso en los aparcamientos públicos, donde, además, te puedes dejar un buen pellizco de la pensión como te entretengas un poco de más en las compras o el teatro.

El martes de la semana pasada, un día intersemanal de finales del mes de marzo sin ningún acontecimiento de especial relevancia, tuve que bajar a Palma a recoger a uno de mis nietos en el muelle de Peraires. Fui por la carretera vieja de Sineu y hasta Son Ferriol la cosa fue bien, pero en la rotonda sobre la segunda vía de cintura vi que la continuación hacia Palma estaba saturada, así que giré para ir a tomar la autovía de Manacor. Una vez en ella, todo bien hasta la rotonda de Son Llàtzer, a partir de ahí colapso total. En la siguiente rotonda, un kilómetro y 15 minutos después, giro para ir a buscar la autopista del aeropuerto. Una vez en ella colapso total para girar hacia la Vía de Cintura. Cuando consigo llegar a uno de los carriles de la izquierda que llevan hasta Palma la cosa mejora, hasta que llego al Passeig Sagrera; a partir de ahí saturación total en el Passeig Marítim hasta llegar al desvío al muelle de Peraires.

Total, había salido de casa a las 8:30 y llego a destino a las 10:15, una hora y tres cuartos, desesperante. Si esto pasa en un día cualquiera de temporada baja, qué pasará en verano, cuando nos hayan invadido las hordas turísticas y circulen los tropecientos mil vehículos de alquiler que están previstos.

Pero el colapso de Palma, y de la isla, y de las islas, no está solo en las carreteras de entrada y salida, también en las calles y no solo en las calzadas, también en las aceras, en las plazas, en las calles peatonales, en los mercados, en los centros comerciales, en los bares, en los restaurantes, en las playas, hasta en la sopa.

La superpoblación y el exceso turístico configuran una realidad que está colapsando la(s) isla(s) y muy especialmente la ciudad de Palma y está arruinando la calidad de vida de los residentes. Es urgente buscar soluciones y detener de inmediato el crecimiento poblacional y turístico rampante que nos está conduciendo a una sociedad desestructurada, fragmentada, desligada, aturdida, perpleja y en proceso de descomposición.

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