Alcanzado el oasis que Gálvez ha conseguido plantar en medio del desierto habitado por el infortunado Ferrer, la situación institucional preocupa mucho más que la deportiva pese a que la recaída de Brandon, seguramente por poco tiempo, supone un problema más a resolver ante la visita de este fin de semana al feudo defendido por el ex-capitán Pep Lluis Martí, hoy comandante en plaza allá en Santa Cruz. El morbo está servido.
Ya hemos comentado en anteriores ocasiones que el de Santany es el único futbolista de la plantilla balear que marca diferencias con el resto. Sus participaciones confirman la hipótesis, sus aportaciones han decidido o sentenciado resultados y sus ausencias se han hecho notar. Cuando un jugador es baja por cualquier causa, ya sea sanción o dolencia, es mejor optar por lo más simple, sin condicionar el dibujo habitual ni remover demasiado al equipo. Pero no todos los técnicos piensan así. Laudrup, sin ir más lejos, que tampoco ha conseguido colocarse en el Valencia y sigue de club en club y país en país.
Acuña, si se recupera, igual que Coro o Fofo, pueden acompañar a Bianchi en la delantera, sin embargo las prestaciones que ofrecen son diferentes. Quizás Pereira, aunque eso ya representaría tocar demasiadas cosas. Y el Mallorca no es como el Barça, que puntualmente prescinde de Messi sin que se note mucho, puesto que los recursos del vestuario de Son Bibiloni distan mucho de ser comparables en términos evidentemente relativos.
Esta competición es absurdamente larga. Hace tiempo que la segunda división debería haber sido reducida como máximo a veinte equipos. Aún se paga la cobardía del gobierno de Felipe González para evitar en su momento el descenso administrativo del Sevilla y el Celta, pero también ha habido tiempo más que suficiente para devolver las aguas a su cauce. Esta dejación hace que la liga resulte interminable y gestionar diez meses de campeonato con plantillas tan cortas y limitadas no es una tarea nada sencilla.
