¡Córcholis!

¿Cómo es possible que a nadie se le haya ocurrido, aún, el modo de desbloquear los graves problemas que plantean o suelen plantear las banderas? Esos trapos cargados por el diablo- como las armas- con una carga ideológica y emocional que sobrepasa los límites de la prudencia, contienen unas chispas capaces de encender fuegos pasionales a troche y moche.

Antes, durante la tira de siglos, la gente solía matarse por una simbología más trascendental: las cruces, las medias lunas, las estrellas de David y otras menudencias del mismo estilo. Ahora, hoy en día, todavía queda personal para estas lides aunque ya van de baja. En estos momentos, lo que mola de verdad es cepillarse entre los humanos a base de banderas.

Y sí, las susodichas telas, generalmente coloreadas (con la excepción de la que representa al Estado Islámico, que es de un negruzco que corta la respiración, de tan siniestra), suscitan simpatías y odios a partidarios y contrarios. Normalmente, a los partidarios de una determinada idea, representada en el paño de marras, su visión les enternece y les hace llorar; mientras tanto, a los contrarios – a los que no estan de acuerdo con esta idea- les produce un repelús que no te quiero ni contar.

¿Existen posibilidades de acabar, ya, con las polémicas que engendran esa clase de tejidos? Pues, la verdad, sí, existen; haberlas, haylas, como las meigas. En el mundo en que nos ha tocado vivir, todo, absolutamente todo, va patrocinado, ya sea la ropa de los futbolistas, los conciertos (de rock o de Mozart), todos los programas de televisión o de radiodifusión, la Champions, las camisetas de los encarcelados, la bolsa del pan, los Primeros de Mayo o las bolas de tenis. Todo. Y nadie se pelea entre tanta amalgama de patrocinios; yo, por lo menos, no he visto brutales navajazos, en plena calle, entre partidarios de vestir camisetas Nike o los que usan Fred Perry. Simplemente, se toleran.

Bueno, me alegra que lo entiendan ustedes. ¿Por qué a ningún hijo de vecino le ha pasado por el caletre patrocinar las banderas? No lo puedo entender. Miren, muy fácil: si a las famosas “esteladas” (vivas representantes de la secesión catalana) se les añadieran unas letritas que rezaran “Estrella Damm” o, si me apuran “Estrella Galicia”, el problema se habría acabado; nadie puede contra una marca comercial; todos contentos. Lo mismo pasaría si a la bandera española se le cosiera – en mitad del velamen- un toro (bien, hasta aquí no hay nada de anormal: ya se suele hacer) y bajo el astado apareciera “Osborne”, ni dios replicaría.

Hagánme caso: ante un patrocinio, el que sea, la muchedumbre enmudece y traga. ¿O se manifestaron contrariamente los saturados del sistema cuando montaron sus chiringuitos asamblearios populacheros en plena Puerta del Sol (por cierto: ¿no habría de reivindicar alguién la mamarrachada centralista esta del quilómetro cero, cuando para ir de la Península a Baleares se debería medir en millas marinas? Por lo menos la parte del agua, digo yo), y nadie de coletas dijo ni mu con los numerosos anuncios que presiden dicha especie de plaza, sede – durante cuarenta años- de los perversos y lúgubres calabozos del terror franquista?

Pues, hala, a patrocinar banderas.

Es la solución.

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