Cuando la vida nos invita a soltar

Un año más, y cada vez parece que el tiempo pasara más rápido, nos encontramos al final del verano y comenzando el mes de la abundancia: septiembre. Es mi mes, porque cumplo años, porque inicio todos mis propósitos y porque, para mí, el año no empieza en enero, sino ahora.

Me encanta este tiempo. La ciudad aún huele a verano, en la isla sigue haciendo calor, pero por las noches ya dormimos un poco mejor. Atrás quedan los días de playas y piscinas, de chiringuitos con pescadito frito y de barbacoas veraniegas.

Septiembre es el mes de los nuevos comienzos, de los propósitos, de los “este año sí”. Y Palma de Mallorca luce especialmente bonita: tras un verano caluroso, todo parece despertar.

En lo personal, el día 2 cumplo años. Y con cada cumpleaños llegan historias que contar, familia que se reactiva y proyectos que se renuevan, igual que en el trabajo. Pero este año algo ha cambiado. Llevo varias noches sin dormir, no sé si será el calor, la edad o simplemente ese momento en el que una reflexiona sobre lo que deja atrás: sueños sin cumplir, promesas no realizadas, días que se escapan.

Hoy me siento distinta. Con la misma energía de siempre, sí, pero con una certeza interior nueva: la sensación de dejar atrás a otra Beatriz, una parte de mí que ya no volverá, aunque siempre me recordó que la vida sigue, incluso cuando algunos ya no están para acompañarme.

Este año ha sido especialmente duro en cuanto a pérdidas: personas que estuvieron a mi lado y ya no están. Muertes, separaciones, transformaciones. Curiosamente yo me siento estable, en calma, mientras veo a mi entorno en constante movimiento, muchas veces forzado por la vida y otras por las circunstancias.

Y con cada ruptura se va un pedacito de mí. Con cada amigo que se aleja, con cada ser querido que se marcha, se muere un trozo de mi corazón.

En la universidad, con mis alumnos de Coaching, solía hacer un ejercicio que llamaba “Mi corazón”. Dibujábamos en él a todas las personas importantes de nuestra vida, cada una representada por un corazón de distinto tamaño, según el amor que les teníamos. Siempre decía que, aunque ya no estuvieran vivas, seguían formando parte de nuestro ser.

Hoy entiendo que es así. Cuando perdemos a esas personas que marcaron nuestra vida, nuestro corazón se arruga por la falta de contacto y queda un vacío inmenso en el alma, que suspira por tiempos pasados.

Pero como mi carácter siempre busca lo positivo, prefiero pensar que estas despedidas nos permiten dejar espacio para que lleguen nuevas personas que también serán importantes.

Por eso hoy brindo: por los que han de llegar y aún no conocemos, y por los que se fueron y no volverán jamás.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias