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De qué hablamos cuando hablamos de retroceder

No siempre es clara la vía de ascenso. Uno puede estar convencido de avanzar por la trayectoria correcta y topar con un muro infranqueable, o con un abismo bajo los pies. Conviene ir atento a las señales: huellas, si la montaña está nevada, o marcas de crampones en la roca, si la arista está seca. En cualquier caso, ni siquiera esos indicios te aseguran estar progresando por la traza buena, porque otros que pasaron antes podían ir errados. Entonces se vuelve atrás, se enmienda el error, se encuentra el camino para progresar con más seguridad, y no pasa nada. Los políticos deberían hacer menos seminarios de comunicación y más cursos de alpinismo.

Ya está todo escrito en este digital, y muy bien por cierto, sobre el mal perder de la izquierda tras las últimas elecciones municipales y autonómicas. Hay una falta de elegancia, o peor aún, un escaso talante democrático, si el mensaje que deslizas es que los electores se comportan como estúpidos cuando no te dan su apoyo. Sólo la manipulación, o decidir el voto con las tripas, explica que otorguen mayoritariamente su confianza a una ideología distinta a la tuya. Este análisis conduce a un muro infranqueable, o a un nuevo abismo electoral.

El problema de toda esta retórica hiperventilada y un tanto amenazante es que aleja cualquier posibilidad de autocrítica en la izquierda. Me refiero a una izquierda con vocación mayoritaria, o sea, que aspira a que le vote mucha gente. Para que se me entienda, lo que venía siendo el PSOE hasta que Pedro Sánchez estableció un cordón sanitario sobre el otro partido con vocación mayoritaria, y prefirió gobernar a través de alianzas con partidos radicales.

En Baleares el PSIB ha asumido con actitud bovina esa eslogan de Ferraz sobre la extrema derecha y la derecha extrema, Uno es libre de valorar como considere el discurso de Marga Prohens en su sofocante toma de posesión en La Lonja, pero calificarlo de “extremo” te sigue alejando de la realidad electoral.

Más le valdría a Armengol -que hasta hace bien poco se dirigía a la opinión pública como portavoz de la “gente”- preguntarse si en unas semanas la mayoría de ciudadanos de Baleares que ella y su partido decían representar han pasado a estar preocupados por si el vecino o la vecina se mete en la cama con alguien de su mismo sexo, por ejemplo. No parece probable.

Sin embargo, cabría cuestionarse si una parte no menor de esa “gente” se ha visto un tanto abrumada por la intensidad de la agenda LGTBI, su capacidad para acaparar recursos públicos y una visibilidad institucional que obviamente no disfruta ni de lejos ninguna otra minoría. Eso se puede pensar cualquier mañana mientras se va al trabajo en una autobús de la EMT con la mirada fija en el retrovisor con la banderita arcoiris. ¿No existen más discriminaciones?

Lo mismo podría suceder con firmes defensores del estado de las autonomías, que podrían considerar excesivo modificar el Código Penal con el único objetivo de favorecer a políticos que han cometido delitos precisamente por atentar contra una forma de organización política que otorga elevadas cotas de autogobierno a los territorios, superiores en algunos casos a las de un estado federal.

Y qué decir de miles de feministas, hombres y mujeres, que se han visto conducidos a una guerra de sexos no deseada, como los reservistas rusos en Ucrania. Quizá hayan aprovechado su voto para intentar detener esa espiral loca que convierte a cualquier portador de un pene en sospechoso, cuando no directamente en culpable, no se sabe bien de qué.

O todos esos partidarios de una movilidad sostenible, o de una conservación del territorio y del litoral, que son capaces de entender la necesidad de una regulación razonable que combine el palo y la zanahoria, pero que sólo han visto el palo sobre sus cabezas y negocios en los últimos ocho años. No es no, y al haber entendido perfectamente todas las partes del no, les han dejado de votar.

Y así podríamos seguir. Personas que se expresan habitualmente en catalán que no son partidarias de una inmersión lingüística de facto que limita la enseñanza del castellano a dos horas semanales. Una clase media incapaz de acceder a una vivienda porque el problema a empeorado de manera dramática en los últimos años…

Parece claro que una mayoría de la sociedad, la misma que hizo a Armengol presidenta en dos ocasiones, ha pensado que esa manera de “progresar” no le convence. Ha preferido parar, quizá dar un par de pasos hacia atrás, y buscar otra vía para avanzar. Esto se llama alternancia en el poder, y es uno de los pilares en una democracia avanzada.

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