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Un león que lidere sin morder

Si se hiciera una encuesta a los ciudadanos pidiendo que, en una sola palabra, intentaran resumir cómo se ha transformado el mundo en los últimos doce años, no habría unanimidad, claro. Pero, si se diera la posibilidad de enumerar tres conceptos, estoy convencido de que habría un término que aparecería en la inmensa mayoría de respuestas: la polarización. Este es un fenómeno global que ha crecido en paralelo al auge de los populismos, de izquierdas y de derechas. No es una ideología, entendida esta como un conjunto de creencias y valores que caracterizan el pensamiento de una persona, o un colectivo, sino una estrategia política alentada por determinadas élites para hacerse con el poder y mantenerse en él de manera indefinida. La polarización ha impactado en las democracias liberales como un auténtico obús, agujereando sus cimientos y poniendo en cuestión la utilidad de esas democracias como sistemas para ordenar la convivencia entre individuos que piensan distinto.

Una de las cuestiones más asombrosas de la polarización es la velocidad vertiginosa a la que se ha expandido el fenómeno. Pensemos en la Primera Revolución Industrial, un proceso de transformación económica, social y tecnológica que se extendió a lo largo de ocho décadas, entre 1760 y 1860, aproximadamente. O en la segunda, que duró más de cuarenta años, hasta principios del siglo XX. Pues bien, si tuviéramos que fijar un primer año en el que observamos los efectos reales y concretos de la polarización política, podría ser 2016. O sea, anteayer en términos históricos. Hace sólo nueve años que Trump ganó por primera vez unas elecciones presidenciales en Estados Unidos, que triunfó el Brexit en el Reino Unido, y que se celebró en Colombia el referéndum sobre el acuerdo de paz con la guerrilla. Tres hitos que partieron por la mitad sociedades que hasta una década antes mostraban cierta cohesión.

El Papa Francisco fue elegido por el cónclave de cardenales en 2012. Los extremismos ya asomaban la cabeza (de hecho, nunca desaparecieron del todo, ni siquiera en los periodos de mayor estabilidad geopolítica), pero su fuerza entonces no era comparable a la que exhiben en la actualidad. En aquel contexto apareció Bergoglio, con sus manifestaciones polémicas, su espontaneidad y sus ganas de agitar la coctelera mundial desde la fe católica. Pronto se acogió a una cita bíblica, con matices, para explicar que él, como Cristo, tampoco había venido a traer la paz, sino la guerra. O sea, a remover conciencias, a ponerse del lado de los más débiles, de los pobres, de los marginados.

Esto último se podía expresar de muchas maneras, pero el Papa Francisco eligió una terminología novedosa, por decirlo de una manera suave. Apenas dos años después de ser designado como Sumo Pontífice, cuando le preguntaron por el grupo de asesinos islámicos que irrumpió en la sede de la revista satírica Charlie Hebdo, contestó: “si alguien dice una palabrota sobre mi madre puede esperarse un puñetazo. La libertad de palabra ha de tener un límite”. Años después, no se le ocurrió mejor metáfora que esta en una misa: “la oración es la espada que nos hará ir por delante”.

En mi opinión, durante la última década, el cupo de líderes mundiales “disruptivos”, ya lo teníamos bien cubierto con Trump, Orban, Erdogan, Bolsonaro, Maduro, Morales, Correa, López Obrador y compañía. No digo yo que Bergoglio dividiera a la comunidad católica como han hecho y hacen estos y otros políticos, pero sin duda su talante y su manera de afrontar los problemas no fueron precisamente conciliadoras. Fue terrible escuchar el elogio de Putin a su figura. Me gustaría pensar que Bergoglio se removió incómodo en el más allá.

Me vengo a referir a que, en principio, me parece una buena noticia para el mundo que el Papa recién elegido lea sus primeras palabras, escritas de su propia mano minutos antes, y no improvise para que le quede un tuit chulo. Celebro que León XIV comience hablando de cosas que no están de moda, como “tender puentes” y “entender al otro”. Porque la forma de expresar las ideas también importa, aunque te llamen blando, maricomplejines, derechita cobarde, traidor a la izquierda, y todo eso. Ya tenemos suficientes duros liderando sus países. En estos tiempos convulsos, quizá los mil cuatrocientos millones de católicos nos merecíamos un Papa tímido, reflexivo y conciliador, como apunta ser Prebost.

 

 

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Un comentario

  1. Reconozco que, aunque católico, sentía una cierta antipatía por el Papa Francisco. Por lo que decía y por cómo lo decía. Cuando una persona sabe que cualquier declaración que haga tendrá una repercusión mundial y que producirá sus efectos positivos o negativos debe ser muy prudente. Dudo de que Francisco lo fuera. Estoy convencido que hizo lo que pudo y que lo hizo de buena fe aunque el hecho de que los comunistas, ateos y agnóstico hablaran tan bien de él es todo un síntoma. Que descanse el paz.
    En cuanto al nuevo Papa León XIV, aunque sea pronto, inmediatamente me ha producido una de simpatía y de afecto. Su imagen, su vestuario, su discurso inicial son ya una declaración en sí misma. Estoy seguro de que este hombre tímido y reflexivo pensará lo que dice antes de decirlo y valorará sus consecuencias. Pienso que será un elemento muy beneficioso para este mundo actual, tanto para católicos como para el resto. Le deseo un papado largo y productivo.

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