Seguramente — o al menos en ello confío—, cuando estas líneas vean la luz, los brutales atentados yihadistas de la Rambla y el intento de Cambrils, estarán más próximos a resolverse por parte de los Mossos y demás fuerzas de seguridad del Estado, que en los momentos es que se teclean estas letras. No cabe duda que tenemos unos Cuerpos de Seguridad sumamente eficaces y las decenas de intentos de atentados evitados así lo acreditan. Sin embargo, esa no es la cuestión a plantear, sino la respuesta que la política y los políticos dan a los terroristas del ISIS, junto con las consideraciones de carácter político que las rodean. La llamada a la unidad, a la serenidad, a la prudencia, sin duda tiene su carácter positivo, sin embargo, no se entiende que, con minutos de silencio, con velitas y ramos de flores, con ensalzamiento de la democracia y de las libertades europeas se esté dando respuesta política a unos hechos que de políticos no tienen nada. La democracia jamás ha vencido a ningún terrorista ni revolucionario ni anarquista ni fanático. Al contrario, la democracia ha facilitado que existan revolucionarios o terroristas que, amparados por una legislación liberal y permisiva, han provocado el caos suficiente para acabar precisamente con ese sistema democrático. Durante el mandato de los revolucionarios estalinistas, ni hubo caos, ni hubo democracia, en cambio, Hitler ascendió al poder totalitario merced al soporte de una república democrática.
Hay que ir más allá de las buenas palabras y del buenismo con el cual tanto disfrutan algunos de nuestros gobernantes y políticos, superados por la espléndida conducta de la ciudadanía. Es preciso darse cuenta que referirse a un atentado terrorista sin utilizar la palabra “islamista”, es una perogrullada más propia de aquel televisivo y bondadoso hombre de la pradera que de un dirigente que reconoce que ha llegado el momento de decir basta de contemplaciones pacifistas. Es imperativo reconocer, sin ambages, que estamos en una guerra de civilizaciones, que España es un símbolo como único pueblo cristiano que recuperó lo que los musulmanes le habían arrebatado y que ya es hora de que pasemos a la ofensiva. Una ofensiva caracterizada en primer lugar por una coordinación sincera, sin hipocresías, ni celos estúpidos, de todos aquellos Cuerpos de Seguridad que tienen por primaria función facilitar la libertad y la seguridad de los ciudadanos, sean de donde sean. Si la CIA avisa hace meses de un posible atentado islamista precisamente en La Rambla barcelonesa, si el Ministerio de Interior aconseja tomar medidas en ese paseo para evitar entradas de furgonetas al estilo de Berlín o de Niza, la respuesta no puede ser la autosuficiencia y el menosprecio para con unos avisos que, lamentablemente, han resultado ciertos. Hoy los comerciantes de la Rambla claman que media docena de jardineras o bolardos habrían evitado el zigzagueo del soldado del Califato.
Esa guerra de civilizaciones que occidente no da por declarada, pero de la cual sí sufre todas las consecuencias, requiere de un aliado para lograr lo que McArthur calificaba como el mayor de sus placeres, la victoria. Y ese aliado, está casi silente, surge de su cómoda posición para lanzar el comunicado que contiene palabras como paz, concordia, condena, serenidad. Pero nada más. Ese aliado preciso, ahora más espectador que protagonista, es quién puede ayudar a ganar esa maldita e injusta guerra, es decir, el Islam. Si en las mezquitas, en las madrasas, en cualquier otra escuela coránica, se vigilase a los individuos sospechosos de fanatismo, si se estableciesen corrientes de información con los Cuerpos de Seguridad, si fuesen los propios dirigentes musulmanes los primeros interesados en erradicar el fanatismo yihadista, muy posiblemente occidente y sus valores respirarían más aliviados. Sin el Islam, pues, no se acabará con esa lacra que, desde Múnich en 1985, está asolando al mundo occidental. Aunque, todo hay que decirlo, mientras haya musulmanes que aleguen que la Shari´a está por encima de las leyes de los Estados — y más si estos Estados son de “infieles”, gobernados por “infieles” —, ese aliado permanecerá silencioso en su cueva. Entretanto, occidente continuará izando la democracia como vencedora del terror, acudirá en masa a minutos de silencio, colocará cientos de velitas en las escenas de las masacres, e incluso habrá algún descerebrado que culpará de los actos vandálicos a unos supuestos fascistas producto del capitalismo, dejando de lado que, todavía, viven en la Edad Media. Y es que, para desgracia nuestra, incluido el pueblo catalán, se ha colocado en la tarima del poder a una caterva de personajes que solamente están capacitados para representar el papel que le corresponde al ruido que producen, son como tambores metidos en política.
Acabo. El 17 a las 17 horas de 2017 será una hora, un día y un año triste y doloso para millones de españoles que se envuelven en la bandera de la solidaridad. Aunque no enciendan ninguna velita.





