El 1 de junio de 2018, Pedro Sánchez fue aupado a la Presidencia del Gobierno de España. Salió victorioso de la moción de censura contra Rajoy. El glorioso movimiento del sanchismo ha cumplido ya seis años. Suficientes para situar a España al borde del precipicio. ¡Lo que en España nunca pasaría! Pues aquí lo tenemos ya.
Al decir de Maite Rico este sexenio ha venido “marcado por la mentira (a los votantes, a la nación), el abuso (del secreto de Estado, del Decreto Ley, del Falcon), la destrucción (del Estado de Derecho y la división de poderes, la corrupción política (Ley de Amnistía, asalto a las instituciones, nepotismo, despilfarro) y ahora también la corrupción económica, que (presuntamente) acecha al Gobierno y a la familia de Pedro Sánchez”. Sin duda, ha sido clemente y compasiva. Lo cierto es que se pudo haber extendido sin límite. Y, por supuesto, con un relato aún más estremecedor de actuaciones objetivamente destructivas de la convivencia ciudadana y de este país llamado España
Desde la atalaya donde contemplo la realidad española, deseo referirme a aspectos, aparentemente más prosaicos y anodinos, pero que tienen que ver, y mucho, con el bienestar del ciudadano medio, con su felicidad, con sus preocupaciones cotidianas, con su lucha diaria. Siempre recuerdo a este respecto, el art. 13 de la Constitución de 1812: “El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. ¿Cómo garantizar tan esencial servicio si el Gobierno, en vez de gestionar con eficacia, se dedica a levantar ‘muros’ frente a media España y a implantar, desde el sectarismo, el enfrentamiento (polarización) y la diferencia de trato entre los ciudadanos iguales y libres? Imposible. Si se predica, cosa que se hace a diario con potentes medios de propaganda regados con dinero público, una convivencia idílica inexistente, lo que se patrocina es pura manipulación de la conciencia del ciudadano, un simple pero perverso engaño, y, de ese modo, exaltar, mediante la victimización propia o de su familia, al supuesto líder, abrazado, por supuesto, a su interés particular (continuidad).
En España se ha olvidado que “los liderazgos son por la confianza. Pero el líder tiene que acertar, es el que sabe, no el que manda, es uno al que los demás siguen, el que dice: ’Yo creo que hay que ir por aquí’” (Juan Luís Arsuaga).
El que sabe, no el que manda e impone, es el verdadero líder. El que básicamente impone porque, bajo la apariencia democrática, tiene en sus manos todos los resortes del poder es un autócrata. ¿Cuándo lo aprenderemos los españoles? Ya sé que aquí cuentan las claves de un largo pasado de sumisión y obediencia, incluso y muy principalmente en el ámbito religioso católico. Pero ya es hora de comportarnos como sociedad mayor de edad, que se rige por la racionalidad en libertad y no por las emociones (las vísceras).
El auténtico líder ha de saber proponer para ser elegido en democracia un proyecto de gobierno que dé respuesta eficaz a los problemas ordinarios y estructurales de la sociedad que pretende regir. Cuando se silencian, se camuflan o se niegan actuaciones de futuro, de gran calado (por ejemplo, la amnistía o regalías financieras otorgadas a unos territorios que se niegan a otros), que, sin embargo, al día siguiente del proceso electoral, dado que el resultado le ha sido favorable, se apoyan con entusiasmo (el no porque era contrario a la Constitución se convierte en un sí rotundo), estamos ante la mentira y el engaño al ciudadano. El supuesto líder que juega de ese modo no merece la confianza del electorado pues le ha traicionado de antemano, de modo consciente, y en asunto de gran trascendencia. Se desacredita automáticamente para representar a nadie.
Me parece sugerente la fórmula de Arsuaga para que el líder sea convincente: “Di la verdad y si no te lo crees no hables, porque te van a pillar”. Sin duda. Y, si te pillan, debes, en una democracia que se precie, irte a casa. En todo caso, es una fórmula utópica, sobre todo si pretendemos aplicarla a Sánchez, casado indisolublemente con la mentira.
Hay un conjunto de cosas, servicios, respecto de los cuales la gestión del gobierno sanchista se ha manifestado en términos de fracaso y frustración absolutos. Entre otros, se puede aludir al estado tercermundista de los trenes de cercanías de Madrid y Cataluña; al descarte del tren Costa del Sol, que daría servicio a más de 40 millones de viajeros al año; al cada día peor sistema educativo para nuestros hijos y nietos (Pisa); al deterioro absoluto de la Universidad pública; al descontrol de los precios de la cesta de la compra así como de las diferentes energías; al maltrato a los agricultores y ganaderos así como al abandono vergonzoso del mundo rural; a la desprotección de la mujer con la Ley del sí es sí y a los menores de edad y sus familias con la Ley trans así como a las menores tuteladas por la administración pública; a la falta de vivienda pública digna y accesible; a la asfixiante presión fiscal que recorta los precarios salarios del trabajador; al efecto llamada de las políticas en inmigración; a la subida de impuestos a los supermercados, que repercutirá en nosotros los consumidores; etc., etcétera.
Por si faltaba algo, a Sánchez le ha saltado a la cara, a pesar de su falsa promesa inicial y de su posterior palabrería, la presunta corrupción económica, la que repercute en el bosillo, que está acechando al Gobierno y a su familia. Los hechos le ponen entre la espada y la pared. Si son o no constitutivos de delito es competencia exclusiva de los jueces y tribunales. Sí merecen, por el contrario, un severo reproche moral. Sencillamente, porque tales conductas, insisto, al margen de la valoración estrictamente penal de los jueces, están mal y, en consecuencia, está justificada la resistencia y oposición ciudadana a las mismas. Es decir, el ciudadano se ha de situar, al valorar la presunta madeja de corrupción económica que afecta al sanchismo, en la perspectiva ética.
Recuerdo muy bien el mensaje de la señara Thatcher cuando apareció en el escenario internacional. Mensaje que podemos contemplar como dirigido a nosotros en estos momentos cruciales de nuestra historia más reciente. Con palabras de Amin Maalouf (El naufragio de las civilizaciones, Alianza 2019) se formuló en los siguientes términos: “No es inevitable la decadencia, (…) podemos y debemos volver a subir la cuesta; tenemos que fijarnos un rumbo y seguirlo sin desviarnos ni titubear… (…) , al país no le quedaba ya más elección que hundirse o dar un salto adelante”. El pueblo de Gran Bretaña optó por la segunda y de aquella reacción surgió la gran revolución conservadora, que admiró todo el mundo.
A decir verdad, la situación en España es de extrema gravedad. Quién no la ve es porque no quiere. Pero, está ahí. Si optamos por Sánchez, acabaremos, más pronto que tarde, en el hundimiento total. Si optamos por dar un salto adelante, aunque nos obligue en el futuro a subir una pronunciada cuesta, podremos superar la situación actual y recuperar la normalidad de democrática. Dar un paso delante exige ahora mismo otorgar el voto, con todas las matizaciones o reparos que puedan formularse, al partido que encarna la alternativa real al sanchismo. Este no es otro que el Partido popular.
Formulado de otro modo: este domingo “o Begoña o democracia” (Jiménez Losantos). Así lo ha planteado Sánchez. Sé responsable y vota con la cabeza.