Deberíamos llovernos más

En este país llueve poco y cuando lo hace llueve mal. No entrecomillo esta contundente y feliz sentencia porqué aunque podría haberla pronunciado don Gregorio Marañón, Churchill o el mismísimo Einstein, ninguno de ellos estuvo en condiciones de condimentarla debido, principalmente, a sus escasas visitas a nuestras tierras. Cuando escribo “en este país” no me refiero a ningún país en concreto sino a la zona que, tarde o temprano, será una nación de naciones que se bautizará como Mediterraneo. Ante el fracaso estrepitoso de todo aquello que se refiere a la marca Europa, no quedará otro remedio que abolir todos los Estados que conforman, hoy por hoy, la zona euro i, más ampliamente, la Comunidad Europea y forzar la creación de dos meganaciones que bien podrían ser denominadas Mediterráneo y Norte. Nosotros, obviamente, estaríamos englobados en la primera.

Aquí –y ya hemos explicado dónde- llueve poco y mal y en el Norte llueve mucho y bien. Esta diferencia, queramos o no, marca nuestros respectivos destinos. Porqué, se mire como se mire, en los espacios geográficos en los que llueve con permiso o sin respeto la pobreza brota con una persistencia digna; en cambio, en las geologías nubosas y mojadas suavemente, crece una riqueza sin paliativos, sabrosa, aseada.

La lluvia fina, intermitente y periódica, produce civilizaciones de mente fría y consecuentemente alimenta talentos raudos y punzantes. La ausencia del liquido elemento celestial y, en su caso, la borrachera sistemática de tormentas y otras explosiones meteorológicas crean ánimas tortuosas, proclives a la vaguedad (en sus dos sentidos), y a los sueños secos y delirantes.

La lluvia correcta e inteligente esponja agrios y cerebros, permite a la intimidad entrar en sus hogares y aligera –de  manera luterana- el comportamiento vital.

Digo todo esto porqué tengo la sensación de que –vista la situación política de Aquí- no nos vendría nada mal una temporada de lluvia fina, nubes bajas y viento ligero (del norte, a poder ser…); más que nada para intentar clarificar las mentes, hoy completamente embotadas, y colocarnos en una posición guay, con ideologías políticas concisas, programas electorales sensatos, propuestas sociales determinantes y guantes de seda para el debate. Lo actual, en política, aburre y fatiga: la mediocridad como norma, el mal gusto como conducta generalizada, la mentira y la ofensa como armas (de momento solo dialécticas) y la oratoria por los suelos. En lugar del ya clásico “¡váyase señor X!”, el de turno” deberíamos instaurar el de “¡situémonos todos en otro nivel, señores!”

Pero como esta reacción tiende a la más linda de las utopías –porque están los que están y son los que són (y ¡UY, los que vienen detrás! – por lo menos aspiro a que la divina providencia nos proteja la corteza mental regalándonos, regándonos, con una próspera y próxima época más lluviosa, abundante y poco inundable.

 

Algo será algo.

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