No se está mal en el fondo

Tomo prestado tan inolvidable verso de Siniestro Total, que en su canción hacen rimar con “Olmo” y “Estocolmo”, para reflexionar brevemente sobre la situación democrática de España, en su aspecto quizás más formal, pero no por ello menos importante.

Dicen que compararse con quien está peor es un consuelo muy mediocre. Pero en los tiempos que corren no sobran los consuelos, por mediocres que sean. Así que recapitulemos en cuántas ocasiones se va a ir a votar en este año 2015.

Primero, las elecciones andaluzas, que prometen ser de lo más entretenido sobre todo tras las votaciones. Después, las municipales y autonómicas. Después, las autonómicas catalanas, que también prometen diversión a raudales tanto antes como después, a uno y otro lado del puente aéreo. Y por último las generales, en las que ya veremos qué pasa porque puede pasar de todo. Piensen que ninguno de los dos partidos emergentes, que entre ambos podrían sumar más de un 30% de votos, tiene ahora ni un solo diputado en el Congreso.

Así, tenemos un año cargado de elecciones de diferente tipo y condición, con partidos de toda la vida, partidos nuevos, partidos en vías de extinción, partiduchos residuales de toda calaña, partidos o agrupaciones locales que nadie conoce más que en su pueblo…, en definitiva, un sinfín de opciones políticas de su padre y de su madre que saldrán a la calle para tratar de convencernos de que depositemos en ellos su confianza.

Y aunque a veces sea algo cansino escuchar promesas electorales que nadie cumplirá, debates que parecen extraídos del día de la marmota por lo manidos y repetitivos, loores y glorias al propio y bofetones sin cuento al contrario, varas de medir tipo embudo y otras virtudes que adornan tan democrático evento, lo cierto es que no nos podemos quejar.

Gracias a quienes se jugaron la vida contra el fascismo durante décadas, y gracias a algunos herederos del fascismo que aceptaron su derrota por el paso de la Historia, en España usted y yo podemos ir a votar a quien nos dé la gana. Usted puede ser un pepero hasta la médula y su vecina una artistona de los de la ceja. Su amigo el del bar puede que aun recuerde sus tiempos de militante del PCE en la clandestinidad mientras otro amigo era demócrata de toda la vida de la democracia cristiana. Quizá su hijo esté enamorado de Pablo Iglesias el Joven mientras que su mujer es más de Ciudadanos, que son nuevos pero más moderaditos y compuestos.

Y en este barullo de siglas, propuestas e irrupciones, escisiones y disoluciones, no se recuerda más bronca que algún calentón en Navidad o alguna tensión familiar viendo las noticias.

Sale usted a la calle y dice y piensa lo que le parece mejor. Y asume que a los demás les asiste también ese derecho. Y hasta le gusta la discrepancia porque eso es una buena excusa para tomarse otra caña, ¡qué coño, y algo para picar!

Es cierto que existen intolerantes. Personas que agreden e insultan a otras por sus creencias religiosas, políticas o incluso futbolísticas. Pero eso en España es delito. Es decir; entre todos hemos decidido que somos libres para creer y votar lo que nos plazca. Y aquél que intente limitar tal libertad, deberá tener muy buenos motivos y autorización judicial si no quiere dar con sus huesos en el banquillo de acusados.

Sin embargo, existen países donde esa libertad no existe. Donde discrepar del poder establecido, disentir, opinar lo contrario del que manda y expresarlo abiertamente en público puede acarrearte la cárcel, sin que necesariamente se te juzgue previamente.

Existen países donde votar en libertad y con garantías no es un lujo, sino un imposible. A pesar de que se quieran definir como democracias.

Y pienso ahora en el alcalde de Caracas, detenido solo por oponerse a ese personaje siniestro y esperpéntico que es Nicolás Maduro, heredero de un régimen déspota y demagogo instaurado por Hugo Chávez, a quien solo falta que hagan santo de la nueva Iglesia Bolivariana. Pienso también en Leopoldo López, líder de la oposición venezolana, también detenido desde hace un año solo por ser opositor. Y pienso en Henrique Capriles, el único líder opositor visible aun en libertad. ¿Cómo afrontará unas elecciones sabiendo que su discrepancia puede costarle la cárcel?

Podríamos hablar de muchos otros países. Pero hablo de Venezuela porque el cretino de Maduro y sus populacheros cofrades bananeros pretenden hacernos creer que son una democracia y que ellos son los auténticos libertadores del pueblo venezolano.

Me cansan los salvapatrias, los amigos de la asonada, militar o civil, los bravucones en masa, los que son fuertes con el débil y felpudos con el fuerte. Me asquean los que tienen tan pocas agallas y tan poca inteligencia que son incapaces de asumir al enemigo, al rival, al distinto.

Me dan náuseas, en definitiva, los que amparándose en un supuesto bien del pueblo se dedican a hurtarle a ese pueblo la posibilidad de ser libre y de votar a quien le parezca.

Por eso, cuando veo lo que pasa en algunos sitios, y a pesar de los pesares y con todas nuestras carencias, respiro aliviado porque esta misma noche podría discutir con mis amigos sobre política en un lugar público sin miedo a nada.

Puedo, en definitiva, escribir este artículo con el único miedo de que nadie lo lea, o que los pocos que lo hagan lo encuentren un mal artículo. Ni yo debo gustarles siempre, ni ustedes tienen ninguna obligación de que yo les guste.

En el fondo, lo dicho, no se está tan mal.

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