El catalán como rehén

Para quien jamás haya fomentado conflicto alguno en torno a la lengua o lenguas de nuestra comunidad, es decir, para la inmensa mayoría de los ciudadanos de Balears, resulta frustrante y muy cansino observar cómo, desde ambos extremos del espectro sociopolítico, se viene secuestrando la lengua catalana para convertirla en el pretexto perfecto para fomentar una división social que únicamente favorece los intereses coyunturales de los populistas de todo género.

La reciente Diada per la Llengua, celebrada en Santa Maria a iniciativa de la OCB, debiera ser una cita anual para la fiesta reivindicativa y la promoción del uso social del catalán entre la ciudadanía y, en todo caso, de llamada a tratar de corregir con sentido común y medidas razonables los efectos que los cambios demográficos han ocasionado en el ámbito sociolingüístico de nuestras Islas. La OCB tiene como finalidad estatutaria primordial la defensa de la lengua catalana, algo que está en sus raíces fundacionales del año 1962.

No obstante, en sus estatutos se ha sustituido en época reciente la defensa de la cultura propia de Balears por la equívoca referencia a “la cultura catalana” -que comparte muchos rasgos con la nuestra, sin ser lo mismo- y a la “identidad nacional de los pueblos de las Illes Balears”, convirtiendo así una entidad supuestamente cultural en una plataforma política nacionalista.

Lo cierto es que la peor desgracia que le ha podido ocurrir a la vieja OCB de los Moll, Llompart y tantos otros ha sido caer en manos de políticos o expolíticos que la han parasitado y sometido a los intereses de una facción minoritaria de la sociedad, alejándola por completo de una transversalidad que hipócritamente reclaman sus gerifaltes en público mientras en privado se afanan en hacer un discurso sectario y partidista para consumo endogámico de su parroquia.    

Antoni Llabrés ha seguido, en este sentido, la senda que comenzó Antoni Mir hace ya más de treinta años y que ningún presidente posterior -todos ellos ligados a organizaciones políticas nacionalistas, especialmente de la izquierda soberanista- ha osado alterar. La OCB, como otras valiosas organizaciones de la sociedad civil que tuvieron un destacado papel en el último franquismo y durante la transición, es ya solo una sombra de lo que fue y de lo que pudo haber sido, secuestrada y sometida a un entorno político muy concreto que no muestra el más mínimo interés por gozar del favor mayoritario de una sociedad cada vez más plural.

Solo así se explica que en una jornada festiva en torno a la lengua se hagan referencias a cuestiones que dividen a la sociedad y que nada tienen que ver con la lengua o la cultura, como la llamada “memoria histórica” y otras consignas y mantras de la izquierda.

Y, en la otra cara de la moneda, encontramos a Vox, formación para la que el principal problema que padecemos los ciudadanos no es la vivienda, la carestía de la vida o la masificación turística, sino la lengua catalana, a la que aborrecen de forma bien poco disimulada. Vox usa la lengua como arma arrojadiza y de división social, exactamente igual que hacen sus antagonistas desde el otro extremo. Para quienes dicen defender las libertades individuales, se trata de imponer su peculiar modelo lingüístico urbi et orbi, pisoteando los derechos de titulares de centros, equipos directivos y claustros y negando la más que evidente minorización de la lengua catalana.

Entre ambos extremos, encontramos al 90 por ciento de la población, que desde hace muchas décadas ha convertido en algo cotidiano el uso indistinto y respetuoso de nuestras lenguas oficiales, tratando de poner en valor la importancia de la comunicación por encima del intento de domesticar a quien no piensa o habla como nosotros. 

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