Rafa Nadal ha perdido la final del US Open ante Novak Djokovic por 6-2, 6-4, 6-7 y 6-1 en más de cuatro horas de partido. El aspecto psicológico ha sido determinante en la derrota del mallorquín, que cede su sexta final este año ante el serbio. Nadal se ha mostrado durante la mayoría del encuentro con poca confianza en sobreponerse a Djokovic. No ha sido un partido de un gran nivel de tenis como lo fue la final que ambos jugaron el año pasado en la misma pista, salvo momentos puntuales como el tercer set. Los errores han predominado frente a los aciertos. Nadal ha fallado donde siempre se ha revelado como un prodigio. El mallorquín ha estado incómodo frente a un rival que sabe cómo desmoralizarle. En cada set Nadal ha repetido el guión de empezar ganando para, progresiva o abruptamente, ir hundiéndose. El español ha ganado el primer juego de las tres primeras mangas, a partir de cuando el balcánico encadenaba punto tras punto a su favor. Ambos tenistas han estado escandalosamente desacertados al servicio. Las rupturas de saque se han sucedido mientras los golpes ganadores escaseaban. Por momentos, el choque parecía consistir en a ver quién fallaba antes. Nadal no ha sonreído en todo el partido, ni en la celebración de sus golpes más memorables. Tampoco ha llegado a esas bolas imposibles que habitualmente devuelve rozando los límites de la biología humana. En apariencia, la causa era un cansancio que se agudizaba por el deterioro de la autoconfianza. Al mallorquín se le ha visto con los ojos hinchados, lamentándose de antemano por un punto que no confiaba en ganar, o con una mueca de desencanto al no poder explicarse por qué su cabeza no va como siempre ante un rival que no le lleva tanta ventaja en lo meramente técnico. Djokovic no es mejor, o mucho mejor, que Federer. Básicamente, su virtud radica en propiciar los fallos de su oponente, y en contar por victorias los puntos clave. El serbio decanta de su lado los juegos largos, prácticamente todos cuando el tanto baila en el deuce. En definitiva, la diferencia es que mentalmente el serbio está este año como una roca. Pierde un punto, un juego, cede un saque, falla un resto, y parece darle igual. Está seguro de que antes o después podrá ponerse a marear a su rival, que se desespera porque no puede entender cómo ese flaco le hace fallar tanto. Y cuanto menos lo entiende, más presiente que no tiene nada que hacer.
