Si no recuerdo mal el premio Cornelius Atticus que concede el Govern Balear se instauró en el año 1996 por iniciativa del entonces director general de deportes de la Comunidad, Ramón Servalls, hoy retirado de la política y ejecutivo de éxito en la empresa privada. Es decir son veinte años de una distinción pensada para reconocer la labor en pro del deporte realizada por profesionales o deportistas a lo largo de una trayectoria prolongada y, en muchos casos, terminada.
En desacuerdo con el sistema de elección de los candidatos y mucho más aún en la selección del jurado que debía decidir en función de los documentos que avalaban a los aspirantes, siempre dejé mi asiento vacío para no verme involucrado en semejante pantomima. Prueba de ello la convocatoria extraordinaria por la que, en el año 2010, se concedió la estatuilla a Rafa Nadal y Jorge Lorenzo que, en su caso, la deberían recibir en el momento de su retirada, pero nunca antes porque, en este caso, se podría arbitrar aleatoriamente una o varias concesiones al hilo de éxitos individuales o puntuales.
A lo largo de estos cuatro lustros se han valorado currículums más para satisfacer intereses políticos, que por los méritos acumulados y se han cometido verdaderas injusticias contra personas que no nombraré aquí por no disponer de su consentimiento para ello.
Ahora, puesto que estamos instalados en le tontería permanente y todo esfuerzo se centra exclusivamente en preservar la imagen pública y proceder de cara a la galería, le dirección general de deportes que preside el señor Carles Gonyalons bajo la supervisión de la consellera del ramo, Ruth no sé qué más, anuncia la propuesta a la Asamblea General de Deporte Balear de crear un premio doble, es decir uno para hombres y otro para mujeres. Conviene recordarles a ambos que el mismo año de su creación ya fue galardonada una fémina, la ex nadadora Carmen Guardia, que en 1999 lo fue Julia Cano y en el 2007 Margarita Ferrer, una profesora de gimnasia de un colegio de Manacor, todas ellas sin necesidad de hacer distinciones que, en lugar de sobrentender la participación de las mujeres por derecho tácito y propio, no hace sino incidir en la discriminación porque en el reglamento de las concesiones jamás ha habido un artículo que vetara a las señoras y señoritas por mucho que las hubiera merecedoras del diploma y fueran, como bastantes hombres, injustamente valoradas.
En fin, sugiero respetuosa y humildemente, que para la aprobación de la nueva norma nadie se olvide de subrayar que a partir de ahora pasaremos a distinguir a los deportistas y los deportistos.