Descafeinado no, lo siguiente

Es lógico que el partido de esta tarde colme por ahora las expectativas del Atlético Baleares después de haber perdido de vista a su antaño eterno rival durante más de siete lustros, un tercio de siglo nada menos. Para los seguidores del Mallorca tiene que ser muy diferente pues no hay razón para festejar nada en absoluto. Lo que para los locales representa un hito, para los visitantes es una simple y pura desgracia imputable a sus dueños y gestores. No se puede pasar por alto que hasta hace poco los mallorquinistas se codeaban con el Real Madrid, el Barça, la élite del fútbol español, y disputaron la Champions, la final de la extinguida Recopa continental y la Copa de la Uefa, por lo tanto no hay fiesta que valga, sino un acontecimiento humillante y funeral por el que, extrañamente, nadie pide explicaciones.
A lo largo de toda la semana me he mantenido al margen de tan desdichado evento. Es más, quiero recordar que de sobrevivir una vieja enemistad, siempre fue más enconada con el Constancia que con los blanquiazules. Entiendo que en una categoría como la Segunda B, los inquilinos de Son Malferit se sientan cómodos, pero el vecino del otro lado de la Vía de Cintura debería avergonzarse de verse en una tesitura contraria a su tradición e historia. Bien entendido que su anfitrión albergue la remota, aunque legítima, idea de tomar el relevo por lo que se refiere a la supremacía futbolística palmesana, insular e interinsular.
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