Una de las mejores opciones para estos días puede ser también la de no hacer nada en especial o la de no hacer literalmente nada y disfrutarlo, en la línea del «dolce far niente» de nuestros hermanos italianos, hoy más hermanos que nunca. Tiempo atrás, cuando las cosas estaban un poco mejor que ahora, esa posibilidad de no hacer nada me parecía ya muy recomendable. De hecho, yo era ya entonces uno de sus más devotos defensores y me definía a mí mismo como un holgazán creyente y practicante.
Muchos de nuestros amigos y familiares consideran, sin embargo, que en estos momentos es mejor intentar pasar el día ocupado con distintas actividades y aficiones, recalcando también que cuantas más sean, mucho mejor. Precisamente, este domingo me llamó un antiguo conocido para contarme cómo es ahora su día a día en casa, desde que se levanta hasta que se acuesta, y me di cuenta de que es un auténtico sin parar. Baste decir que necesitó unas dos horas para explicarme de manera sintética todo lo que hace ahora.
Entre el teletrabajo, la actividad física, las lecturas, las charlas telefónicas, las videoconferencias, las grabaciones de «memes» y los momentos de ocio, me dio la impresión de que la agenda de ese viejo conocido debe de ser hoy mucho más apretada de la que quizás tenía hasta hace poco. Cuando terminé de escucharle, tuve que tomarme primero un Trankimazin para intentar controlar la acidez de mi estómago y luego un Omeprazol para intentar calmar un poco mi ansiedad. O quizás fuese a la inversa.
Poco después, recibí un whatsapp de mi buen amigo Antoine en el que me contaba que estaba haciendo una de las cosas que más le gustan: contemplar la lluvia desde el balcón. Y entonces yo también hice lo mismo. Y poco a poco me fui sintiendo ya mucho mejor.





