Al inicio del extraordinario filme «A.I. Inteligencia Artificial», el profesor Hobby (William Hurt) propondrá a su equipo de trabajo diseñar y construir un robot capaz de amar, un robot que en principio sería además un ejemplar único: un niño-robot de unos siete u ocho años capaz de amar a los padres humanos a los que sería entregado en adopción.
Esa premisa hará que ya desde el inicio de esta fascinante película de Steven Spielberg nos planteemos varios interrogantes filosóficos de verdadera hondura, como por ejemplo si habrá algún ser humano capaz de corresponder en la misma medida y con la misma intensidad al amor que llevará dentro de sí ese futuro niño-robot, David (Haley Joel Osment), o si él mismo, al ser capaz de amar, será también capaz de albergar otros posibles sentimientos humanos.
En la primera parte de «A.I.» encontraremos ya las primeras respuestas a esas y a otras preguntas, de forma muy especial cuando la madre adoptiva de David, Mónica (Frances O’connor) se vea obligada, por distintas circunstancias, a decidir entre abandonar para siempre a su 'hijo' en el bosque o entregarlo a la empresa que lo construyó para que lo destruyan. «Siento no haberte hablado del mundo», le dirá Mónica a David, entre lágrimas, tras haber tomado su decisión. Pasados los primeros instantes de desolación absoluta por parte de David tras ser abandonado, se aferrará a partir de entonces a una ilusión, a una esperanza.
Así, fascinado por el cuento de «Pinocho» que le contó su madre tiempo atrás, David pensará que si una hada, el Hada Azul, le pudiera convertir algún día en un niño de verdad, como hizo esa hada con Pinocho, podría volver de nuevo a casa. «Y entonces mi madre me querrá», dirá David a su osito-robot de peluche Teddy, mientras los dos deambulan de noche perdidos por el bosque. A partir de ese momento, que dará inicio a la segunda parte de «A.I.», David concentrará todas sus fuerzas y todas sus energías en intentar encontrar al Hada Azul, con la inestimable ayuda posterior de Gigolo Joe (Jude Law). Y aún quedará una tercera parte, absolutamente sorprendente.
«A.I.» no sólo nos hablará con maestría de la desoladora historia de David y de su anhelante búsqueda, sino también de los peligros y de los miedos que nos atenazan a todos, de la necesidad de amar y de ser a la vez correspondidos en ese amor, de la posibilidad o no de poder reemplazar de algún modo la pérdida del ser más querido, de la rivalidad entre los seres humanos y los robots, o de cómo hacen frente unos y otros a la vida, la soledad, los sentimientos, las emociones o la desaparición física.
Es bien sabido que, en un principio, esta película era un proyecto que pensaba dirigir el gran Stanley Kubrick, aunque finalmente, y después de varios años de demora, fue el propio creador de «2001: una odisea del espacio» el que animó a Spielberg a que la dirigiese. El filme, estrenado hace ahora justo veinte años, puede ser entendido como una obra de ciencia ficción o también como un cuento de hadas, aunque muy posiblemente sea, en realidad, una logradísima síntesis de ambos géneros a la vez.
En el momento de su estreno, «A.I.» no fue valorada como creo que realmente hubiera merecido, como una de las mejores y más sugerentes películas del autor de obras maestras como «La lista de Schindler» o «Salvar al soldado Ryan». De «A.I.» merecería ser destacada, además, la hermosísima y extraordinaria banda sonora de John Williams, que sirve como complemento perfecto para una de las historias en el fondo más tristes, más profundamente melancólicas y más desasosegantes de toda la historia del cine.
Al final de la película, tras muchos y dramáticos avatares previos, el pequeño David podrá ver finalmente cumplido su más profundo y ferviente deseo, el de volver a ver a su madre una vez más y escuchar de sus labios que ella le quiere. Ese reencuentro tendrá lugar, sin embargo, en unas circunstancias muy especiales, por el muchísimo tiempo transcurrido desde que David fue separado de su madre. Así, será un reencuentro entre el niño-robot y un ser humano que ha sido clonado y que sólo vivirá unas pocas horas.
«Te quiero David. Te quiero de verdad. Siempre te he querido», serán las últimas palabras que David escuchará de su madre en ese emotivo y mágico reencuentro, tanto tiempo anhelado por él. Unos instantes después, David cerrará los ojos junto a su madre y, por primera vez en su vida, quedará profundamente dormido, para viajar quizás a aquel lugar donde nacen los sueños; a ese mismo lugar del que seguramente todos los seres humanos provenimos, y al que algún día, seguramente también, igualmente regresaremos.