El tejido empresarial atraviesa un momento paradójico. En plena recuperación del consumo y con cifras récord de actividad en sectores como el turismo, la hostelería o los servicios, muchas empresas no encuentran personal para cubrir sus necesidades.
No se trata de falta de mano de obra, sino de un problema estructural que amenaza la competitividad del país: la carestía de la vivienda. El precio de la vivienda, se ha convertido en un muro infranqueable. En Baleares, como en la costa mediterránea y en las grandes capitales, trabajar ya no garantiza poder acceder a una vivienda digna.
Miles de contratos quedan sin firmar porque los trabajadores no pueden permitirse un alquiler. La paradoja es brutal: hay empleo, hay oferta, pero no hay quien pueda asumirla. Las empresas, especialmente las pequeñas y medianas, lo saben bien: los salarios no permiten cubrir esta necesidad básica y la vivienda se ha convertido en un lujo incompatible con la economía productiva.
La paradoja es brutal: hay empleo, hay oferta, pero no hay quien pueda asumirla
El segundo gran problema de muchas empresas es el absentismo. Los datos son demoledores. En algunos sectores, el número de bajas laborales se ha disparado un 30% en apenas tres años. Hay causas legítimas, sin duda, pero también una preocupante relajación del compromiso con el trabajo. La falta de motivación, la cultura del escaqueo y una burocracia que facilita las bajas exprés están minando la productividad. Y lo peor: están desmoralizando a quienes sí cumplen.
Ambos fenómenos se retroalimentan. Sin vivienda asequible, no hay estabilidad laboral; sin responsabilidad individual, no hay competitividad colectiva. El resultado es un círculo vicioso que asfixia a las empresas y pone en riesgo la sostenibilidad del modelo económico. Urge una respuesta política valiente: políticas de vivienda que devuelvan el acceso a los trabajadores y un pacto social que ponga fin al abuso del absentismo. Porque sin trabajo estable, ni empresas sólidas ni país próspero son posibles.





