Como ocurriera en anteriores episodios con el papel higiénico o el aceite de girasol, principalmente, algunos comercios han comenzado a limitar la compra de las bolsas de hielo que pueden adquirir los clientes. La escasez de cubitos de hielo que sufren mucha localidades del país se ha convertido en una de las consecuencias del aumento del coste de la electricidad; aunque en esta tormenta perfecta de abastecimiento limitado confluyen otros condicionantes como son la reactivación del turismo y la propias olas de calor que se vienen sucediendo durante las últimas semanas, que provocan, ambos, una mayor demanda.
En temporada alta, España consume unos 4 millones de kilos de hielo al día; una demanda que se cubre con la fabricación de 2 millones de kilos de cubitos entre junio y agosto, más los otros dos millones almacenados diariamente durante los meses de primavera. Un almacenaje que, a la espera de la salida del producto en verano, tiene un coste de 50 céntimos diarios por cada palet de unos 500 kilos.
Con este panorama, los proveedores de hielo han advertido los últimos días de este desabastecimiento provocado por los altos costes de fabricación y el menor almacenamiento de cubitos de hielo que realizó esta industria en los pasados meses de abril y mayo para gastar menos electricidad. Como consecuencia, ahora no se dispone del stock necesario para abastecer la demanda. Consumidores destacados del producto como son la restauración o los hoteles niegan que el desabastecimiento le esté afectando, aunque admiten la existencia de casos puntuales en bares y restaurantes. Este sector tiene, en muchos casos, máquinas propias de producir hielo, con lo que sortea buena parte del problema que afecta a los fabricantes y distribuidores.
Donde sí se advierte el problema es en los supermercados. Una cierta psicosis se ha extendido por la población, disparándose la compra de cubitos para "tener en casa" por si realmente se produce un desabastecimiento acusado. Se repiten comportamientos ya conocidos como los que llevaron a almacenar el citado papel higiénico o el aceite, sin que posteriormente se hubiera demostrado desabastecimiento real de estos productos.
El coste de la electricidad conlleva consecuencias insospechadas, efectos colaterales que se extienden por toda la cadena de producción y los costes asociados. Frente a ello, el consumo racional debe imponerse, sin llegar a desarrollar comportamientos compulsivos que no están justificados. Eso, y asumir todos que el primer paso parte de todas las pequeñas acciones que pueda hacer cualquier ciudadano para incorporar hábitos cotidianos de ahorro energético.
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