El amor contenido según Wong Kar-Wai

Entre los diversos géneros cinematográficos que existen, podríamos decir que hay uno que nunca ha sido reconocido como tal, que es el de los amores contenidos. Formarían parte de ese peculiar y en cierta forma ignoto género películas para mí ejemplares, como «La habitación verde», de François Truffaut; «Enamorarse», de Ulu Grosbard; «Lo que queda del día», de James Ivory; «Tierras de penumbra», de Richard Attenborough; «Sentido y sensibilidad», de Ang Lee, o «El secreto de sus ojos», de Juan José Campanella.

En ese mismo grupo se encontraría también «Deseando amar» (2000), de Wong Kar-Wai, que en el momento de su estreno fue reconocida por, entre otras virtudes, su gran potencia visual y su intenso romanticismo. Al recordarla ahora, pensamos sobre todo en sus reservados protagonistas, dos personas que no se atrevían a expresar sus sentimientos mientras paseaban juntas por las calles de Hong Kong en una noche de verano de 1962. Haciendo una traslación de lugar y de época, no nos cuesta nada imaginarnos que podrían ser también dos personas que paseasen hoy mismo por las calles de Palma o por las calles de cualquier otra ciudad.

En «Deseando amar» se suceden poco a poco las imágenes y las secuencias evocadoras, en donde se nos muestran instantes casi oníricos compartidos por los dos protagonistas. Con los acordes de diferentes boleros interpretados por el gran Nat King Cole como telón de fondo, veíamos a Chow —Tony Leung— y a Li-zhen —Maggie Cheung— paseando una y otra vez, lenta y silenciosamente. En algunos momentos, sus manos se rozaban o se tocaban casi sin querer, con timidez. Tenían ambos dos miradas profundamente melancólicas, que a veces parecía que no se atrevían casi a mirar.

Casi todo tenía siempre un cierto halo de misterio. Una cena. Un paseo. Una charla sobre literatura en una habitación. Unas pocas palabras dichas siempre en voz baja. Una luz suave, de noche, bajo la lluvia. Una ráfaga de viento. Un abrazo. Unas lágrimas. Una despedida. Y la presencia del destino, que parecía impedir un nuevo y definitivo reencuentro de los dos protagonistas. O la presencia final de un árbol al que poder contar un día su secreto, al que hablar de su gran amor, quizás de su único amor.

La maravillosa película de Kar-Wai nos hace creer que cada lugar guarda siempre, de algún modo, la memoria próxima o lejana de una historia secreta, de una historia personal, que normalmente solemos desconocer. Cada lugar nos dice siempre, de alguna manera, que en algún momento hubo tal vez allí dos personas que alguna vez quizás se amaron. Del mismo modo, paralelamente, cada uno de nosotros suele guardar también siempre en su interior sus propios secretos, secretos que no sabemos si un día desaparecerán o si, en cambio, vivirán tal vez para siempre, aunque sea en otro tiempo, en otro espacio, en un lugar en donde quizás sea aún posible seguir deseando amar.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias