OPINIÓN

El apagón del uno de mayo

Buena, bonita y barata. Limpia, renovable y económica. ¿Quién no querría una energía con esas características? El debate que se ha producido esta semana, después del apagón total que sumió en la oscuridad a la península ibérica, supone el mejor ejemplo de los efectos catastróficos que produce una sobredosis de ideología. ¿Es razonable pensar que las personas que cuestionamos el maximalismo ecologista pretendemos la destrucción del planeta? ¿A los defensores de la energía nuclear no les importa el mundo que van a dejar a sus hijos?

La conversación pública se ha contaminado hasta un extremo insoportable. Si hay un asunto, de interés general, que implica una enorme complejidad técnica, es el de la energía. Personalmente, jamás se me ocurriría intentar licenciarme como ingeniero. Es algo que siempre contemplé fuera de mis posibilidades. Sin embargo, por motivos profesionales, me relaciono con algunos de ellos. Les escucho y trato de entender sus explicaciones, sobre todo a los que son capaces de emplear un lenguaje sencillo para comentar cuestiones tan complicadas como el funcionamiento del sistema eléctrico de un país.

Llámenme idiota, pero cuando escucho a un técnico dando su opinión sobre las posibles causas del apagón del lunes pasado, el primer pensamiento que me viene a la cabeza nunca es: “este tío debe de ser del PSOE”. Ni tampoco: “por lo que cuenta, este debe de ser pepero”. Sería ridículo. Claro que pueden tener visiones diferentes sobre el mix energético, pero, si hablamos de física, hay cuestiones que no son opinables. Si la manzana se suelta de la rama del árbol, se cae. ¿Alguien discrepa de la ley de la gravedad de Newton?

Ahora resulta que defender la necesidad de mantener un porcentaje de generación de energía basado en turbinas nucleares, hidroeléctricas o térmicas para garantizar la estabilidad de un sistema que mayormente se nutre de energía eólica y fotovoltaica (que no son capaces de proporcionar inercia o control de tensiones en la red), le coloca a un ingeniero en el lado incorrecto de la historia. Si de verdad estás por la sostenibilidad y contra el cambio climático, no puedes matizar que las energías renovables conllevan grandes ventajas, pero tienen sus inconvenientes. Para los talibanes verdes, esto último, los inconvenientes aún no resueltos, sólo son excusas para frenar la instalación de más molinos y placas solares. Entonces va y se apaga la luz de la cuarta economía del euro durante diez horas.

Conozco gente de izquierdas, me refiero a personas inteligentes y nada sectarias, que no se explican cómo es posible que la izquierda no gane siempre las elecciones. Lo digo en serio. Si existe una tecnología que nos provee energía barata cada vez que luce el sol, o sopla el viento, ¿cómo alguien puede estar a favor de la energía nuclear, que en el accidente de Chernobyl expuso a radiación a casi diez millones de seres humanos? Esta simpleza en el análisis no es anecdótica, sino que comienza a parecer una patología crónica de una parte de la  izquierda. Esta misma semana hemos visto otro ejemplo de ello. Si el apagón eléctrico se produjo el lunes, el apagón sindical tuvo lugar el jueves uno de mayo.

A mí me tienen que explicar cómo es posible que se convoquen manifestaciones para reclamar que te paguen más por trabajar menos, y que las calles de las principales ciudades de España no aparezcan abarrotadas por millones de ciudadanos. Como en el caso de las energías limpias, renovables y baratas, ¿algún trabajador está en contra de reducir su jornada laboral y al mismo tiempo incrementar su salario? Alguno habrá, pero yo no lo conozco. Entonces, ¿por qué no desfilaron en masa el jueves detrás de lo que sostenían la pancarta y el megáfono?

Para algunos, el principal motivo tiene que ver con el consumo masivo de gambas y la visita a prostíbulos con cargo al erario público por parte de algunos dirigentes sindicales. O sea, con la golfería y la pérdida de credibilidad, que se traduce en un bajísimo nivel de afiliación. Pero yo no estoy de acuerdo. El asunto del marisco y el putiferio no contribuye a dar ejemplo de honestidad, claro, pero no me parece la principal causa por la que una inmensa mayoría de trabajadores no se sienten representados por los sindicatos mayoritarios de este país.

El sindicalismo, como la izquierda mesiánica, choca contra la realidad y contra el sentido común de muchos ciudadanos. Quieren energías limpias, renovables y baratas, pero integradas en un sistema que funcione con más garantías que el de Venezuela o Cuba. También quieren trabajar menos horas y ganar más, pero no son empleados de una gran multinacional (en España, el ochenta por ciento de los trabajadores se ocupan en Pymes), y ven al propietario de su empresa pasarlas canutas algunos meses para pagar las nóminas a tiempo, o para conseguir un crédito para hacer mejoras en el local, o para cumplir con el IVA cada trimestre, o para encontrar personas que refuercen la plantilla. Una mayoría de trabajadores, que no son ingenieros ni economistas, entiende que no debe de ser tan fácil reducir la jornada laboral y subir los salarios por decreto, sin que salten los plomos del sistema productivo de todo un país. Si fuera así de sencillo, Yolanda Díaz seria la próxima presidenta del Gobierno de España, con mayoría absoluta.

José Manuel Barquero

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