Yo hice acopio de crespells y de robiols

Cuando por fin llegue el fin del mundo, y al paso que vamos no debe de faltar ya mucho, seguramente sólo conseguirán sobrevivir al mismo los dos o tres astronautas que en ese momento se encuentren destinados en la Estación Espacial Internacional, siempre y cuando su suministro de energía no dependa directamente de Red Eléctrica Española.

Hace apenas una semana, un buen amigo que vive ahora en Madrid me había comentado: «Vaya cinco añitos que llevamos desde 2020. Ya no sé qué más nos puede pasar».

La respuesta a esa quizás algo temeraria pregunta nos llegó a ambos y al resto de españoles el pasado lunes, cuando literalmente nos quedamos casi todos a dos velas, si bien también es cierto que en Baleares los efectos del llamado 'gran apagón' fueron muchísimo más suaves que en la Península.

Por culpa de ese 'blackout' y de otros hechos negativos previos que posiblemente no sea preciso enumerar hoy aquí, muchos de nosotros nos sentimos desde hace ya algo más de un lustro como si fuéramos los protagonistas más o menos principales de alguna gran superproducción distópica del cineasta alemán Roland Emmerich.

En ese sentido, una de las ventajas de haber visto varias veces películas suyas como Independence Day, Godzilla, El día de mañana, Independence Day: Resurgence o Moonfall, es que intuitivamente ya sabemos qué tenemos que hacer y qué no para intentar sobrevivir en caso de que haya una catástrofe, ya sea un colapso climático, el ataque de un monstruo fuera de sí, una invasión extraterrestre o cualquier otro desastre en esa misma línea a priori no demasiado esperanzadora.

Así, si ustedes o yo somos capaces de pilotar aviones, conducir tanquetas, comandar cohetes interestelares, emular a Albert Einstein con teorías o leyes espaciotemporales revolucionarias, crear vacunas contra nuevos virus y retrovirus, atravesar a pie inmensidades heladas de miles de kilómetros o subir a naves nodriza gigantes con destino al espacio exterior, seguramente tengamos alguna mínima posibilidad de no perecer en el intento.

En caso contrario, posiblemente nuestas opciones de supervivencia sean entonces bastante remotas, aunque dispongamos de un kit de supervivencia en casa, estemos construyéndonos un mini búnker en el cuarto trastero o hagamos acopio regular de agua embotellada, atún en conserva, queso liofilizado y papel higiénico en el supermercado.

No es que quiera desanimarles, pero me temo que sólo con esos recursos es casi imposible que podamos sobrevivir al fin del mundo o a algún suceso apocalíptico más o menos equiparable o similar.

Aun así, he de reconocer que el día del 'blackout' fui uno de los miles de españoles que hicieron largas colas para intentar adquirir productos adecuados para la ocasión. En mi caso, antes de salir de casa estuve sopesando si comprar linternas, velas, pilas, cerillas, transistores, hornillos de gas, artículos de higiene o alimentos enlatados, aunque al final sólo compré dulces típicos de Mallorca en una pastelería cercana.

Llámenme frívolo, o incluso goloso y lamerón, pero pensé que lo único que tenía sentido para mí el pasado lunes era hacer acopio de robiols y de crespells, no sólo porque me encantan en todas sus variedades posibles, sino también porque, visto lo visto, quizás no tenga demasiado sentido que yo siga haciendo hoy mi enésima dieta hipocalórica estricta.

Además, los crespells y los robiols pueden aguantar bastante bien fuera de la nevera durante cuatro o cinco jornadas. De hecho, hoy aún me quedan en casa un crespell de chocolate y un robiol de confitura. Con un poco de suerte, incluso es posible que me aguanten perfectamente hasta la inminente próxima crisis mundial futura.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias