Unos años después, se pusieron de moda dos nuevos elementos en esos refrigerios tradicionales, el bitter y los cacahuetes, algo que a mi juicio supuso un primer paso atrás en el hasta entonces muy pautado y delimitado ámbito de los aperitivos. No quisiera parecerles derrotista, pero para mí aquello fue, en cierto modo, casi el principio del fin.
En otras palabras, la anarquía total. Aun así, he de reconocer también que no todos los cambios fueron a peor, pues me gustaría elogiar aquí la aparición de los mini bocadillos y las mini tapas, unos entrantes que tenían a su favor que no nos hacían sentir culpables si luego teníamos previsto tomarnos una doble ración de paella o de carne a la brasa.
Desde entonces han pasado ya algunos años, en los que además abandoné mi anterior vida social —que tampoco era excesiva—, por lo que no sabría decirles con exactitud qué refrigerios se sirven ahora. Pero parece ser que hoy son cada vez más habituales aperitivos con algas transgénicas, con patés vegetales o con semillas de chía tostadas.
Así pues, poco a poco han ido quedando ya atrás las grasas, los hidratos de carbono o las frituras, así como las bebidas alcohólicas o azucaradas. Hasta el propio nombre de aperitivo parece estar hoy bajo sospecha, por sus posibles connotaciones dietéticas negativas, por lo que ahora se utilizan más otros nombres, como piscolabis o tentempié.
La última denominación que se ha puesto hoy de moda es la de picadita, que no digo que sea un nombre que esté mal, pues incluso resulta bastante cariñoso. Pero la verdad es que a mí me recuerda, y ya me perdonarán, a la picadura de un mosquito, un insecto que, por cierto, en algún lugar leí también que se usa igualmente hoy como aperitivo.