Mientras sacan a pasear la banderola del centenario por donde haga falta y hasta en lugares en los que la gente la contempla con cara de póker, la realidad del Mallorca es completamente ajena al ondear de un logotipo claramente mejorable. Desde el club se emiten mensajes de toda índole, desde una recepción infantil al triunfo del cadete de no sé qué categoría, con tal de mantener entretenida a esa parte de la parroquia que prefiere no hacer preguntas y mirar hacia otro lado. Un craso error si tenemos en cuenta que el domingo llega el Osasuna a Palma Moix y la permanencia, aunque muy encarrilada, aún no ha adquirido carta de naturaleza.
Terminará la temporada sin que hayamos podido saber cuál ha sido el presupuesto -Claassen afirma que él tampoco sabe el del fabricante de Coca Cola- y tampoco conoceremos el déficit acumulado más allá de ampliación de capital que convirtió a Robert Sarver y sus amigos en propietarios de un club situado en las antípodas del estado de Arizona. Solamente disponemos de los datos que se filtran y no hacen sino confirmar la sospecha de que la precaria clasificación deportiva corre en paralelo a la social y económica.
El panfleto distribuido los días de partido en la grada de preferencia de Son Moix, contratado a una empresa externa a precio de sueldo de embajador, no ha calado en el mercado publicitario. Quienes se han anunciado en él no hallan compensación suficiente a su inversión. La afluencia de espectadores se sitúa en torno a una media de ocho mil sufridores, según cifras oficiales que siempre es mejor poner en solfa. Y el propio departamento de marketing se las ve y se las desea para cumplir con sus objetivos. Particularmente no creo que en el mini congreso de Phoenix se hayan deslizado soluciones para un panorama profundamente preocupante, tanto más por el interés en ocultar el bosque tras árboles quebradizos.
